Esta es la tercera entrega de mi diario bajando el río Magdalena en el verano de 1970. En La Dorada, el gruñón pero simpático capitán del remolcador San Roque acordó llevarme hasta Barrancabermeja. Allí buscaría otra nave que me acercara a Barranquilla.
En Cartagena esperaba encontrar al capitán de una canoa del comercio del coco con las islas de San Blas, habitadas por los kuna, que me llevara a Panamá.
Comparten el Istmo y el Magdalena muchas historias. En 1501 ambos fueron descubiertos por Rodrigo de Bastidas. El Magdalena sería la espina dorsal de Colombia, su vínculo con el Caribe y Europa. El panameño río Chagres, la ruta obligada entre el Atlántico y el Pacífico.
Tiene el Magdalena 1,440 km de largo y su cuenca abarca 257,000 km². Germán Sánchez Calle lo calificó en 2015 como un río difícil de navegar. Con frecuencia los diarios traen noticias de embarcaciones accidentadas, hundidas y de gentes ahogadas.
Por embarcar a fines del verano, las aguas del río estaban muy bajas, haciendo más complicada la navegación. Pero nuestro capitán casi intuía su curso. Me deleita verlo comandar el convoy —el remolcador con sus planchones cargados de cemento— y negociar las curvas cerradas y en bajada.
Por seguridad solo navegábamos de día y dormíamos en el caserío donde cayese la noche.

Retomo mi diario
Martes 30 de abril - La Violencia en el bajo Magdalena
“Según el capitán y el primer maquinista, todo el valle del Magdalena fue escenario de muchísimos crímenes durante el auge de La Violencia.
Durante lo peor, entre 1948 y 1953, a diario bajaban cadáveres flotando río abajo con las cabezas cortadas. Entonces nadie sabía con certeza quién pertenecía al gobierno, quién era liberal y quién conservador.
Quemaban las embarcaciones, asaltaban las fincas y las familias tuvieron que abandonarlas, desperdigándose el ganado.
Como el segundo piloto no era tan diestro, no alcanzamos Puerto Berrío y debimos pasar la noche en Mata Redonda, un pequeño y pobre caserío en un sector muy golpeado por La Violencia. Su gente es negra, pero hablan como los antioqueños blancos: ‘¡Ave María, pues!’”
Miércoles 1 de abril: Mata Redonda y Puerto Berrío
Dejamos Mata Redonda a las 5:25 a.m. Puerto Berrío dista cinco leguas de aquí. Todas las distancias se miden en leguas. Una legua son 5 km o tres millas náuticas. Bajando, la San Roque navega tres leguas por hora.
Como bajamos, tenemos el derecho de vía sobre las embarcaciones que suben y escogemos el lado que vamos a seguir. Nuestro piloto advierte a la otra nave con el pito: un pitazo indica que irá por el lado derecho, y dos, que escogerá el izquierdo.
Barrancabermeja
Dejamos Puerto Berrío a las 8:45 a.m., alcanzando Barrancabermeja a las 2:30 p.m. Parecía el pueblo más caliente de Colombia y, como el remolcador es todo de fierro, era un horno. El asunto era dormir en los camarotes o en cubierta, con los mosquitos. Llevaba mi mosquitero, que compré en la Villa de Caracas, en Panamá.
Las únicas fuentes de trabajo son la refinería de Ecopetrol y la fábrica de fertilizantes. El pueblo tiene tres salas de cine, y las casas de prostitución están en las afueras, mientras que en Puerto Berrío y La Dorada están a la vera del río. En Barranca, las muchachas vienen hasta el muelle. Los marineros me advirtieron no ir al pueblo de noche.
Todo es más caro que en las otras poblaciones que pasamos, por el petróleo. Los obreros petroleros son los que reciben el mejor sueldo por esta área y, aparentemente, les siguen los marinos del río.
Jueves 2 de abril, a bordo de La Monserrate

A bordo de La Monserrate salí de Barrancabermeja a las 6:00 a.m. Es más pequeña que la San Roque y toda de madera. El capitán de la San Roque no me cobró por el viaje y habló con el capitán de mi nueva nave para que me tratara igual.
Pasamos como dos horas tratando de asegurar y remolcar la barcaza del lado derecho, hasta que por fin logramos sujetarla entre las 7:00 y 8:00 a.m. Recogimos a unos pescadores y sus piraguas que iban río abajo tras el fin de la subienda o temporada de pesca, y se acomodaron en la barcaza vacía del lado izquierdo.
Como una hora después, en una curva, el piloto calculó mal la velocidad y la barcaza izquierda se estrelló durísimo contra el barranco. El remolcador la embistió y quedamos montados sobre ella. Al ver a los pescadores gritar y abandonar la barcaza me preocupé. Crujían los maderos de La Monserrate, que se viró peligrosamente a la derecha.
¡Alguien gritó: “¡Dios mío, nos volteamos!”! Busqué mi mochila y, en segundos, identifiqué un playón por donde podría salir a tierra. Lentamente, el remolcador se destrabó y se enderezó.
Si la corriente hubiera estado maluca, el remolcador se habría virado.



