Victoriano Lorenzo Troya nació en El Cacao, distrito de Capira, cuando todavía era parte de la provincia de Coclé. En esos tiempos, Panamá era una región más de Colombia.
No fue a la escuela. Pero su papá, le pidió a un sacerdote de Capira que le enseñara a leer, escribir y contar.
Siendo adolescente, en un viaje a la ciudad, conoció a un amigo de su padre, un señor llamado Belisario Porras.
Cuando Victoriano creció, volvió a su tierra y fue nombrado corregidor de El Cacao, una figura de autoridad en la comunidad.
Allí estuvo en disputa con otro corregidor, Pedro de Hoyos, quien aplicaba impuestos abusivos y obligaba a trabajar a la población indígena de Trinidad.
Victoriano lo denunció formalmente. Se encontraron, pelearon y Pedro de Hoyos murió en ese enfrentamiento. Victoriano se entregó voluntariamente a las autoridades, alegando defensa propia.
Se le dio una condena de nueve años en la cárcel, donde aprendió barbería, sastrería y leía mucho, especialmente sobre leyes.
Al final de su condena, en Colombia estalló una guerra entre liberales y conservadores. Los conservadores —era el gobierno—, defendían lo tradicional, la Iglesia, y el poder de las élites. Los liberales querían reformas, más derechos para el pueblo, incluyendo los pueblos indígenas.
Por si acaso, de ahí vienen los colores de nuestra bandera: azul, conservador; rojo, liberal.
Los dos bandos querían el control de Colombia. A ese conflicto se le llamó la Guerra de los Mil Días.
Victoriano salió de prisión, regresó a El Cacao, y al principio apoyó la causa liberal desde su comunidad. Pero luego recibió una carta de Belisario Porras invitándolo a unirse formalmente al ejército liberal.
Victoriano aceptó, con una condición: que se comprometieran a eliminar los impuestos injustos y el trabajo forzado contra los indígenas.
En El Valle de Antón, Victoriano se encontró con Porras. Sellaron la alianza, y Victoriano se convirtió en capitán de un batallón.
Pero en la Batalla del Puente de Calidonia, los liberales perdieron. Victoriano y su tropa regresaron a su tierra con algunas armas que no les confiscaron en la rendición.
En los meses siguientes, las tropas conservadoras fueron hasta El Cacao. Quemaron el pueblo. Violaron a mujeres y niñas. Confiscaron las armas.
De ahí, Victoriano y los suyos, declararon que se irían a la guerra. Se fueron al Cocal, también en Coclé. Un lugar montañoso. Desde el cerro El Vigía podían defenderse mejor. Cavaron trincheras con sus manos y desde ahí decidieron seguir peleando.
Lo nombraron general. Su liderazgo creció. Su influencia también. Se dirigió a su gente con una frase que lo inmortalizó: “La pelea es peleando.”
Ganaron varias batallas. Tomaron Penonomé, Aguadulce. Planeaban tomar Colón y Panamá.
Pero entonces los liberales y conservadores firmaron las tratados de Wisconsin, que ponían fin a la guerra. O eso decía el papel.
Victoriano fue traicionado. Lo capturaron en San Carlos, en medio del proceso de entrega de armas. Dijeron que él y su gente no habían cumplido el tratado y lo detuvieron.
Una noche logró escaparse. Pero lo recapturaron al día siguiente. Usaron esa fuga como excusa para levantarle cargos falsos y lo condenaron a muerte. Según el Ministerio de Gobierno, todo el proceso duró apenas 27 horas.
El 15 de mayo de 1903, en la plaza de Chiriquí, que hoy llamamos Plaza de Francia, le vendaron los ojos y le leyeron la sentencia Y a las 5 de la tarde, frente a miles de personas, Victoriano Lorenzo, con 36 años, dijo sus últimas palabras:
“A todos los perdono. Yo muero como murió Jesucristo.” Poco después lo fusilaron.
Su ejecución fue un mensaje. Para callar a quien se atreviera a luchar contra la injusticia. Pero también fue un símbolo. El símbolo de un hombre que defendió a su gente.
Meses después, en noviembre de ese mismo año, nos separamos de Colombia. Nació la República de Panamá.
Más de 60 años después, la Asamblea Nacional declaró su ejecución injusta. Y por decreto, lo reconocieron como héroe nacional. Sus restos se mantienen en el cementerio Amador en la ciudad de Panamá.
Cada 15 de mayo, en el aniversario de su muerte, en El Cocal celebran su vida, su legado y su mensaje, que aún tenemos muchas peleas que pelear.
Nos vemos en el siguiente Frentiao.