La guerra que empezó Donald Trump contra Panamá es principalmente una guerra mediático. No hay portaaviones estadounidenses en nuestras costas, pero si miramos la televisión o los medios digitales más populares en Estados Unidos, identificamos la verdadera artillería: la construcción de una narrativa falsa sobre el Canal de Panamá, que no se está desmintiendo.
La poca difusión de la posición panameña está allanando el terreno para lo que busca Trump: lograr que sus mentiras sobre el supuesto control chino del Canal se conviertan en la creencia predominante. Esa visión manipulada de los hechos se transforma en una realidad en la medida en que la gente la acepta. Esto ocurre con muy poca resistencia por parte de Panamá: no estamos logrando que los hechos que sustentan nuestra soberanía sobre el Canal sean escuchados por el mundo.
En la visita del secretario de Estado Marco Rubio, jugábamos como equipo local en este partido de cancha desnivelada contra la superpotencia. Aun así, creo que nos golearon. Veamos las imágenes: antes del encuentro, Rubio fue a la iglesia como un feligrés más y tomó café en el Casco Viejo. Cero estrés. El presidente Mulino, en cambio, llegó con horas de anticipación al Palacio de las Garzas y esperó para darle un tour a alguien que no es su homólogo. Estados Unidos proyectó desde un inicio confianza y fortaleza, mientras que Panamá se percibió ansioso.
La foto oficial del encuentro entre el administrador del Canal, Ricaurte Vásquez, y Rubio fue también una oportunidad perdida. ¿Qué hubiese pasado si, en lugar de las esclusas de Miraflores (con el nombre en inglés de Miraflores Locks), Panamá hubiese establecido como lugar de la reunión las nuevas esclusas del Canal? Ese escenario nos habría ayudado a mostrar al mundo los hechos: un Canal ampliado por Panamá y operado exitosamente por panameños. “Una imagen vale más que mil palabras”, dice el proverbio (atribuido a los chinos).
Los titulares de los días siguientes reflejaron la enorme asimetría de poder agravada por la desigual difusión de las narrativas. Por un lado, un gobierno panameño que da concesiones desde la primera reunión: se compromete a no renovar la Ruta de la Seda, a recibir migrantes deportados y menciona la auditoría a Panama Ports como un posible camino para calmar la preocupación de Estados Unidos. Por otro lado, un mandatario estadounidense que, ante las concesiones, sube el tono de sus amenazas: “Si Estados Unidos no toma el Canal, algo poderoso va a pasar”. Nadie contestó a este atropello.
Esta dinámica hizo crisis con el paso gratuito de barcos militares de Estados Unidos, concesión que iría en contra del Tratado de Neutralidad y la Constitución. Bloomberg reportó esta información el 3 de febrero. No se desmintió inmediatamente. No fue hasta que, dos días después, la cuenta de X del Departamento de Estado lo divulgó como un logro de Trump, que nuestras autoridades comprendieron lo grave que resultan la ambigüedad y el silencio.
La ACP lo negó y el presidente hizo lo propio en la conferencia semanal. Se mostró grosero con las periodistas que hicieron la pregunta obligada: ¿por qué la demora en hacer la aclaración? Presidente: en esta crisis, el ciclo de noticias no puede ser de jueves a jueves. Las mentiras hay que desmentirlas rápidamente, y su agresividad no debe estar dirigida hacia quienes tratan de llenar los enormes vacíos de comunicación.
Las lecciones aprendidas deben aplicarse a la llamada entre Mulino y Trump (que fue aplazada por la Casa Blanca este viernes) y a los siguientes encuentros y desencuentros de esta compleja relación que apenas comienza. Se debe tener presente que el objetivo de la vorágine de desinformación que llega del norte es abrumar y confundir.
Por ello, no hay que perder el foco: desmentir las falsedades. Canadá y México han replicado efectivamente las acusaciones de Trump, lo que les permitió una mejor posición negociadora. Ellos comprenden que todo enfrentamiento tiene un gran componente mediático. Las declaraciones firmes de Claudia Sheinbaum les llegaron a miles. El embajador canadiense en Naciones Unidas está frecuentemente en televisión.
¿Y Panamá? Ausente tanto mediática como diplomáticamente. No hemos escuchado al embajador en Washington, José Miguel Alemán, replicando las falsedades. Ana Irene Delgado, embajadora en la OEA, no ha tomado ninguna iniciativa en la organización donde se firmaron los Tratados. No sabemos si hubo algún seguimiento a la carta del embajador Alfaro al Consejo de Seguridad, pero el presidente dijo que para defender los intereses de Panamá no necesita “compañeros de viaje”.
¿Es esto una renuncia a las alianzas y la vía multilateral? Es lo que se percibe. La ofensiva de comunicación tiene que ser una prioridad tanto para el gobierno como para la ACP. Si hay plata para pagarle a un lobista que legitima la invasión a Panamá y para aumentar la planilla estatal, tiene que haber recursos para defender nuestra soberanía.
No podemos seguir reaccionando de manera tardía y descoordinada a la campaña de Trump. No sé si es falta de visión o de convicción, pero la guerra mediática la estamos perdiendo. Si Panamá calla, otorga.