“El sano ejercicio de la democracia garantiza la fe y la esperanza en cada individuo. La fe y la esperanza, en el peor de los casos, son el mejor estilo de vida.”
América Latina vive una hora decisiva. Entre el desencanto, la corrupción y las tentaciones autoritarias, se define el lugar que ocupará en el mundo libre. Las naciones del continente deben asumir su deber histórico: sostener y enriquecer la democracia occidental, entendida no como una estructura de poder, sino como una vocación espiritual que coloca la dignidad humana en el centro.
La democracia no es solo un sistema político; es la manifestación viva de la libertad del individuo. Permite al ser humano desarrollarse en todas las dimensiones de su existencia: espiritual, intelectual, económica y social. Debilitarla es debilitar el alma misma de los pueblos.
Pero América Latina enfrenta enemigos persistentes: la droga, que financia la corrupción y destruye comunidades; la corrupción, que disuelve la confianza; la trata de personas, que degrada la condición humana; y los extremismos ideológicos, que niegan la pluralidad del espíritu. Combatirlos no es solo un deber político: es un acto moral.
El verdadero progreso no se mide por la acumulación de capital, sino por la equidad en la oportunidad y el acceso a una vida digna. La riqueza debe circular de manera justa, en equilibrio entre la empresa privada y el bien común. Una sociedad no prospera si produce abundancia material y pobreza espiritual. El punto de equilibrio está en la moderación: en un capitalismo con conciencia, en una política que premie el mérito y proteja la dignidad.
La democracia, además, debe ser garante del derecho a soñar. Un pueblo que deja de soñar deja de construir su futuro. Porque un hombre sin sueños está muerto; un ser humano sin esperanza deja de ser plenamente humano. La democracia debe sostener no solo la libertad exterior, sino también la libertad interior de creer en un mañana mejor.
La empresa privada, por su parte, tiene un papel moral: hacer más próspero al empleado para hacer más próspero al país. Un trabajador bien remunerado y valorado produce más, consume más y eleva el nivel de vida de todos. La prosperidad compartida no reduce la ganancia; la multiplica. El equilibrio en el ejercicio empresarial no limita a la empresa privada, la enriquece. Y ese equilibrio da como resultado empleados con más dinero en el bolsillo, un mayor consumo interno y, por consiguiente, un país más próspero y estable.
Una empresa que crece junto a su gente prospera en legitimidad, sostenibilidad y propósito.
Las naciones latinoamericanas comparten raíces espirituales y morales que las vinculan al ideal de libertad de Occidente. Es tiempo de que América Latina aporte su cuota de apoyo —no desde la dependencia, sino desde la madurez— para consolidar un bloque de pueblos libres, responsables y solidarios. Defender la libertad en los pueblos latinoamericanos es también defenderla en el mundo entero.
Toda economía, toda política, toda sociedad se sostienen sobre dos pilares invisibles: la fe y la esperanza. Sin ellas, ningún esfuerzo humano perdura. Porque creer en algo más alto que uno mismo es el primer acto de libertad.
“La fe da sentido al esfuerzo, y la esperanza da rumbo a la libertad“.
El autor es ingeniero electromecánico.


