Más realistas que el mismo rey, eso es lo que son: más norteamericanistas que los norteamericanos.
En la víspera del cincuentenario de aquella Gesta Patriótica del 64, tan dolorosa, digna e impoluta como hasta hoy, apelamos por la preservación y restauración —aunque fuese parcial— de nuestra histórica bandera, ofendida y herida en la Escuela Secundaria de Balboa aquel 9 de enero de 1964. El recién posesionado administrador de la ACP, ingeniero Jorge Luis Quijano, sí se interesó gustosamente, poniendo en marcha la obra bajo el apoyo técnico del Museo del Canal.
Dolorosamente, el estado actual de esta historia —y típico ejemplo de mi introducción— es que se impidió preservar la huella de la agresión, y hoy se exhibe la bandera como si fuese virgen, evitando cualquier ofensa o atisbo antinorteamericano. Qué vergüenza…, ¡la restauración por encima de la historia!
Hoy siguen tan vigentes el desgarramiento y la sangre derramada, en momentos en que esa poderosa nación está comandada hacia la decadencia por quienes mienten para hacer uso de las entrelíneas en lo pactado contra nuestros sólidos y bien ganados derechos soberanos.
Incomprendido, llevo tiempo resaltando la traición a la Gesta y a la generación del 9 de enero del 64, su lucha y sacrificios. Y es que, una vez dado el entendimiento entre el gobierno del presidente Chiari y el del presidente Johnson, con la firma del Acuerdo Moreno-Bunker el 3 de abril de ese mismo año —mediante el cual se negociaría un nuevo convenio anulando las causas del conflicto, la perpetuidad (hoy Convenio Permanente)—, se inició el desmantelamiento de toda huella de la agresión. Se modificó el calendario escolar, se eliminaron importantes talleres y laboratorios del Instituto Nacional, se opacó la historia y se descuidaron, por decir lo menos, sus instalaciones. No cesan los intentos por mudarlo o destruirlo.
Desde 1998, negociadores y gobernantes gritan a tambor batiente: “Logramos la soberanía total”, solo porque el estado de cosas les viene bien a intereses personales, de control político y económico, al que estamos terriblemente habituados. Esto, a sabiendas de que se firmó una insana, precaria y dosificada soberanía, y una falsa neutralidad apenas sostenida por el gran interés estratégico de los Estados Unidos. Esto se agrava en lo relativo a las costosas aspiraciones soberanas de nuestro pueblo y las luchas del 9 de enero de 1964. Hoy la nación despierta del espejismo soberano, por haber adquirido la responsabilidad de administración y funcionamiento del viejo Canal y su franja aledaña, neutralizados y con nuestra soberanía nacional empeñada y fenestrada.
La pérdida de nuestra siempre débil soberanía se origina con el Tratado Mallarino-Bidlack del 12 de diciembre de 1846, cuando la Nueva Granada y Estados Unidos vilmente negociaron derechos soberanos de nuestro territorio interoceánico y del Ferrocarril Interoceánico, indispensable para la explotación aurífera de California, a cambio de impedirnos la independencia de Colombia.
Por el tratado del 18 de noviembre de 1903 se reitera dicha ofensa y atraco, manifestando Theodore Roosevelt: “Me tomé a Panamá”. Ya antes, al independizarnos del Reino de España, en pocos días corrimos voluntariamente al gobierno de la Gran Colombia por sentirnos débiles, repitiendo ese desliz por igual sinrazón, uniéndonos voluntariamente a la pequeña Colombia, de tantos sinsabores.
En resumen, toda nuestra relación dependiente del socio del norte se basa en la necesidad imperiosa de Estados Unidos de contar con transferencia barata de materias primas para sus industrias, bienes y comercio entre sus costas Este/Oeste y el resto del mundo, supuestamente garantizándonos a cambio seguridad en nuestro territorio, cuando en realidad los principales beneficiarios y asegurados son ellos, con ventajas multimillonarias, fuera de los beneficios estratégicos militares en los periodos de guerra.
Obviamente, el veranillo soberano de administración y manejo del Canal a exclusas, Convenio de Neutralidad, se nos acaba ante el calentamiento y peligro de confrontación global, ahora alimentado por la nueva administración guerrerista del norte, y/o por algún proyecto —no tan claro aún— de traer conflictos bélicos a nuestra región.
Los beneficios mejorados, bien trabajados por Panamá mediante la exitosa administración del viejo Canal a exclusas, son tan irrisorios como lo que siempre se obtuvo por el ferrocarril hasta la mal llamada reversión.
Insisto: la industria, el comercio y el gobierno norteamericano deben tributar a Panamá por la existencia y el trabajo impuesto por el tratado permanente de Neutralidad y Funcionamiento del Canal, cuyos beneficios primordiales y desproporcionados son para Estados Unidos y el comercio mundial. Panamá se obliga a mantener en funcionamiento esta vía interoceánica, el ferrocarril y las futuras vías: acuáticas, ferroviarias, terrestres y el mar territorial conexo, así como el espacio aéreo en el territorio ístmico, pero la seguridad y soberanía la garantiza Estados Unidos de América, con amplios derechos ratificados por más de 40 países.
Panameño: la soberanía es inalienable a todo pueblo, nos pertenece, es derecho propio. Pero no grites “soberanía total, soberanía total”… a menos que tus gobernantes pongan el pecho en los puertos de Cristóbal y Balboa cuando los marines norteamericanos los vengan a secuestrar. Si nuestros potentados, políticos y gobernantes de siempre no se amarran primero en esos muelles, no sea que se trate de otro golpe de paraguas del Pentágono, bajo el silencio de las cortes internacionales.
¡Los negociadores sobrevivientes lo saben! Los otros también… y nos mienten. El 9 de enero el pueblo ejerció total soberanía pidiendo con sangre derramada: “Panamá soberana en la ZC”, “No a la perpetuidad (o tratado permanente)”, “Por una relación respetuosa, justa y equitativa”, “Bases no”.
El Tratado Concerniente a la Neutralidad Permanente y Funcionamiento del Canal de Panamá, en su numeral 2, artículo III – Anexo “A”, cambia la definición de canal así:
“El término canal usado en todo texto del tratado incluye el Canal de Panamá existente, sus entradas y los mares territoriales de la República de Panamá adyacentes a él, según aparece en el mapa adjunto (Anexo B), y cualquier otra vía interoceánica que pueda ser manejada total o parcialmente dentro del territorio de la República de Panamá, sus entradas y mares territoriales a la misma, en cuya construcción o funcionamiento participen o hubieran participado los Estados Unidos de América” (—léase de Norteamérica). De un tajo se le adjuntan mares territoriales, e implica todo el Istmo (región interoceánica o zona de tránsito) de Panamá…, que debe quedar libre de tránsito a Estados Unidos de América.
Aclaro que nuestro socio del norte cuenta con sinnúmero de nobles y buenos ciudadanos, paladines del progreso modernista de los siglos XVIII y XIX, muchos de los cuales han sido y continúan siendo solidarios con las causas de nuestro Panamá. Pero, lamentablemente, ese país —en decadencia— con la peor política internacional conocida, país guerrerista, ahora peligrosamente afectado por dominios elitistas y demenciales de alto riesgo, nos recuerda los orígenes, el dominio y la derrota del nazismo, que retoña.
El propio general de brigada Omar Torrijos Herrera nos dejó mensajes muy específicos, señalando la línea que su misma gente hoy hace de la vista gorda: “Quedamos bajo el paraguas del Pentágono”; “Hemos escalado 12 metros en la conquista de la soberanía, faltan muchos metros más”.
¡La soberanía llega hasta donde la puedas defender! Nuestra lucha debe ser diplomática, y desgraciadamente es desechada por nuestros gobernantes por conformismo pancista.
El autor es institutor de la Generación 1964.