Desde las estructuras sociales hasta las formas de gobierno, el colonialismo ha dejado rastros en los tejidos de las naciones que fueron colonias. Uno de los legados más complejos del colonialismo británico en el subcontinente indio es la partición de Cachemira, un enclave territorial disputado por India, Pakistán y China.
A mediados del siglo XIX, India estaba bajo el control del Reino Unido, y no fue hasta su independencia en 1947 que la partición del territorio originó el conflicto moderno entre India y Pakistán. Al retirarse, el Reino Unido permitió que los principados semiautónomos eligieran entre unirse a una de las dos nuevas naciones, diseñadas para albergar a la mayoría hindú (India) o a la mayoría musulmana (Pakistán). Esta decisión provocó un éxodo masivo de cientos de miles de personas que huían de la violencia intercomunal.
El caos dio paso a tensiones entre ambas comunidades étnicas y religiosas, dejando a más de un millón de personas como refugiadas. La región de Jammu y Cachemira quedó en una situación incierta entre ambos estados, lo que llevó a su monarca a solicitar la adhesión a India a cambio de protección, sin lograr evitar el conflicto. En 1947 estalló la primera guerra indo-pakistaní, finalizada mediante una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que instaba a ambas partes a permitir un referendo para que la población cachemir decidiera su futuro. Sin embargo, ese referendo nunca se llevó a cabo.
Tras las guerras posteriores, en 1965 y 1971 —en la cual Bangladesh obtuvo su independencia—, Cachemira continuó dividida y se transformó en una de las regiones más militarizadas del planeta. Muchos civiles cachemires observan con impotencia cómo su territorio es disputado por dos potencias nucleares, lo que convierte cualquier escalada militar en una amenaza de guerra a gran escala.
Otro punto clave para entender el desgaste del espíritu nacional cachemir fue la revocación de la autonomía del territorio en 2019, cuando India eliminó el artículo 370 de su Constitución, que le otorgaba a Cachemira un estatus especial. Esta medida permitió una mayor militarización y provocó posibles violaciones a los derechos humanos. Frente al estancamiento político y al rechazo del statu quo, numerosos cachemires se han sumado a movimientos separatistas y grupos rebeldes —algunos con apoyo de Pakistán— en su lucha por la independencia. Esto ha intensificado la violencia, cobrando la vida de numerosos civiles. El martes 22 de abril de 2025, más de veinticinco personas fueron asesinadas por militantes en la Cachemira administrada por India, reavivando las tensiones con Pakistán.
Seguidamente, India suspendió el Tratado del Agua, conocido por sus siglas en inglés como IWT (Indus Water Treaty), con Pakistán, movimiento que Islamabad calificó como un acto de guerra. Claramente, los mayores afectados en este conflicto son los civiles, quienes están convencidos de que la única vía saludable de resolución es la autodeterminación del territorio de Jammu y Cachemira. No obstante, este conflicto representa más que una disputa territorial: está profundamente relacionado con las fronteras trazadas por poderes coloniales que carecían de conocimiento sobre la región y sus poblaciones.
El conflicto de Cachemira no puede entenderse sin considerar su raíz colonial. Las fronteras arbitrarias trazadas por los británicos, la partición religiosa del territorio y la negación sistemática del derecho a la autodeterminación son herencias directas del imperialismo. A pesar de la desaparición de los imperios formales, las dinámicas de dominación y control persisten en la región. Cachemira es prueba viva de que los efectos del colonialismo no han quedado atrás: se transforman, se adaptan y continúan oprimiendo a través de nuevas estructuras de poder. Para muchos de sus habitantes, la autodeterminación sigue siendo no solo una demanda política, sino una forma de resistir siglos de sometimiento.
El autor es internacionalista.