Coronavirus o el nuevo contrato social

“Tercera guerra mundial, ganada ya por los chinos…”, dicen unos; otros que “Tedros ocultó intencionadamente información oportuna sobre los alcances del virus…”, y muchas otras conjeturas siguen circulando en las redes sociales y medios masivos de comunicación.

Pero lo cierto es que el virus —del cual aún podríamos conocer muchas más razones causales sobre su origen— está desolando las naciones del mundo, y todavía no se vislumbra vacuna o manera de contrarrestar su letal ataque a la humanidad. A esto se suma el agravante de que tampoco podemos aventurarnos a decir que desaparecerá de nuestras vidas, y si el hecho de que muchos sobrevivan será garantía de generación de inmunidad a futuro, según las últimas noticias desde Corea del Sur.

Sin embargo, y muy a pesar de todo lo que está sucediendo en el orbe, el virus de la corona está poniendo de relieve la importancia del ser humano, por encima de la riqueza de las naciones, que disfraza la de unos pocos en cada país. Esto ha llevado a muchos gobiernos de países llamados en vías de desarrollo o del tercer mundo a tomar otras medidas complementarias a las de emergencia sanitaria, que —dicho sea de paso— siempre han sido deficientes, por no decir precarias, en todas estas latitudes. “Medidas” para atacar un virus que ha venido matando a muchas más personas en el mundo desde que éste existe, y que, como no tiene una tasa alta de contagio, y por ende no llegaría nunca a todas las personas con algún nivel económico estructural —para no decir “ricos”—, entonces no tiene la importancia que ha logrado el covid-19.

Muchos sabrán ya de qué virus hablo, y sospecharán sobre las medidas que algunos gobiernos han empezado a tomar para atacarlo, aprovisionando de abarrotes y víveres a la población que solo puede ser infectada por ese virus. Y a decir verdad, es loable que se haga, so pena de que sucedan hechos de violencia que perturben el orden que se ha tratado de imponer para defendernos del nuevo virus expandido.

Pero esto no para ahí. Será necesario que se establezca un nuevo contrato social, que siga atacando el virus del hambre, que el “capitalismo salvaje” —como lo calificó el Washington Post— ha venido matando gente en todas partes. Porque si ha sido posible que los gobiernos, ante esta amenaza, puedan optar por acciones como repartir alimentos y dar “bonos” y subvenciones económicas a sus pueblos, ¿por qué los legisladores no pueden hacer que los mismos gobiernos sigan pensando en unos sistemas de vida social más ecuánimes y justos, en que todos puedan tener al menos una forma de obtener un ingreso básico que no les obligue a vivir en la indigencia y a mendigar un pedazo de pan?

Este sería un tiempo oportuno para ese nuevo contrato social implícito, en que los gobiernos se comprometan a buscar los mecanismos socioeconómicos para que el “virus del hambre” desaparezca de la faz de la Tierra y, junto con el coronavirus, se confine a un “status de muerto”, por no encontrar “piernas” para caminar ni “bocas abiertas” donde comparecer.

El autor es catedrático de la Universidad del Istmo.


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