La génesis de la ética política panameña es una ética deformada o selectiva, donde los valores morales se ajustan a los intereses personales y colectivos de los partidos. Esto suele llamarse doble moral, o incluso puede vincularse a la corrupción ética, donde los principios son manipulados o ignorados para beneficio propio. La máxima parece ser laissez faire.
Es evidente que no hay paz social ni bien común en un ambiente de pobreza, desigualdad, descontento y desconfianza. Tenemos 10% de desempleo formal y 48% de informalidad laboral transitoria, persistente en los últimos cuatro gobiernos.
El hazimut nacional parece ser: “¿Qué hay para mí?”. Abundan posiciones y premios efectivos maquillados, como grandes proyectos de infraestructura y compras directas con un porcentaje fijo de comisión, aprovechando la época del viveza criolla. “Tonto el que deje algo”.
Hace poco, un medio explicó que nuestros genes, políticamente orientados, reflejan una incapacidad e indolencia sistemáticas para resolver eficientemente cualquier gestión pública. Esto se debe a que la doctrina política que emana desde los despachos superiores se basa en una nefastísima teoría socialista de triple S:
1. Soslayar
2. Simular
3. Saquear...todo lo que se pueda.
En Panamá se desconoce qué es la ética: rama de la filosofía que rige la conducta humana, específicamente lo que está bien o mal, correcto o incorrecto, desde una perspectiva moral y legal. Muy pocos ciudadanos creen en servir al prójimo o cumplir con su jornada laboral de manera eficiente, en todos los sectores, públicos y privados. Arrastrados por el tsunami del clientelismo político y una globalización sin conciencia, la ética ha sido desplazada.
La política, en los Estados, debe entenderse como el conjunto de actividades, decisiones y procesos mediante los cuales una sociedad organiza, distribuye y ejerce el poder para alcanzar el bien común y la paz social. Eso no existe en Panamá. Es bochornoso que muchos aspirantes a la presidencia o altos cargos solo estén motivados por su bienestar personal y el dinero, no por el bienestar general ni por reducir la pobreza y la desigualdad que impiden la paz social.
En teoría, la política consiste en gobernar un país, tomar decisiones públicas y administrar recursos en beneficio colectivo. Pero en Panamá, de 4.5 millones de habitantes, apenas el 0.8% decide qué se hace, quién se beneficia y cómo se reparten premios y posiciones, muchas veces asignadas como botellas o mediante devoluciones de favores.
Lo ideal en una democracia completa y sólida es una gestión eficiente, oportuna, precisa, profunda y honesta. Nuestro país, aunque es uno de los más ricos de América Latina, se comporta como una democracia de muy baja intensidad, con una cultura política pobre, baja educación cívica y una base estructural marcada por el “juega vivo” de los encumbrados, protegidos por políticos cuyo principio rector es “lo mío”.
Aquí se desconoce que la política es el arte y la ciencia del gobierno: abarca la organización del poder, la creación de leyes, la toma de decisiones públicas y la administración del bien común dentro de un marco institucional que regula la convivencia ciudadana y garantiza derechos y deberes.
Por eso, la crisis no es fácil de resolver.
En resumen, la ética orienta a la política hacia el bien común y la justicia. La política, a su vez, ofrece los medios para hacer realidad esos principios éticos en la vida colectiva. Sin ética, la política pierde legitimidad; sin política, la ética puede quedarse en teoría.
El autor es médico jubilado.