Exclusivo Suscriptores

‘De tres cosas no te has de fiar: de los políticos, del tiempo y de la mar’

Parafraseando a Octavio Paz, me atrevo a decir que en Panamá nuestra democracia no necesita echar alas; lo que necesita es echar raíces.

Para intentar entender nuestra compleja y depauperada realidad política actual, conviene recordar primero que, como resultado del multipartidismo sin segunda vuelta —característico del precario sistema electoral panameño—, José Raúl Mulino ganó la presidencia con apenas el 34.28 % de los votos (778,766), luego de ser designado por Ricardo Martinelli como su “delfín y heredero político”.

Utilizando como eslogan de campaña “Mulino es Martinelli y Martinelli es Mulino”, sumado al estribillo del “chen chen”, esta estrategia de proselitismo populista logró cautivar al porcentaje de votantes antes mencionado, quienes, por lo visto, no lo pensaron dos veces antes de darle su voto al “loco”. Este hecho, por cierto, aún hoy es jactancia de sus aduladores y compinches, quienes se lo enrostran a sus adversarios políticos y al resto del pueblo panameño, incluido al propio presidente Mulino.

Por ello, no resultó para nada casual que las primeras y expresivas palabras de Mulino como presidente electo, cuando se dirigió a sus simpatizantes luego de recibir la confirmación del Tribunal Electoral, fueran: “Misión cumplida, carajo”. Era obvio que este primer y alegórico mensaje no iba dirigido a sus electores, sino a su amigo y mentor, en la embajada de Nicaragua.

Hago un pequeño alto para introducir una cita literaria que me parece pertinente: Gregorio Samsa, el célebre personaje de Franz Kafka, un buen día se levantó con aspecto de escarabajo. Así comienza La metamorfosis, y traigo a colación esta figura surrealista porque —volviendo al tema— algo inexplicable debió ocurrir también esa noche del 5 de mayo de 2024. El José Raúl Mulino que amaneció al día siguiente, luego de haberse jactado la noche anterior de su incuestionable triunfo, no era el mismo que todos conocíamos. En lugar de anunciar como primera acción de gobierno la libertad de su amigo y mentor Ricardo Martinelli —lo que todos esperábamos, algunos con ansias y otros con resignación—, nos sorprendió al comportarse con un talante de estadista: presentó un “gabinete de lujo” que nadie imaginó y que ni el más recalcitrante opositor se atrevió a cuestionar. Su forma de hablar también cambió: se volvió afable y empática. De la noche a la mañana, el arrogante y prepotente Mulino que conocíamos había sufrido una transformación tan drástica como la de Samsa, solo que —para bien de todos— en sentido positivo.

Hasta el momento —a un año de su elección—, salvo puntuales desaciertos como lo del memorando de entendimiento o el tema minero, el presidente Mulino, sin perder del todo los rasgos de su personalidad dominante o su “mecha corta” (como él mismo se autocalificó), ha logrado sostener con eficacia la firmeza, energía y claridad de sus posturas en temas álgidos y cruciales, como el de la Ley del Seguro Social. Justo es reconocerlo. Ello ha sido —a mi juicio— coyunturalmente conveniente y necesario, sobre todo si tomamos en cuenta la difícil y escabrosa tarea de enfrentar posturas intransigentes e irreconciliables con la sensatez que históricamente ha caracterizado a sindicatos como SUNTRACS, acostumbrados hasta ahora a ser o temidos o mangoneados por los gobiernos de turno.

No obstante, la espada de Damocles representada por Martinelli siempre estuvo allí, hurgando las costillas de Mulino, quien conoce mejor que nadie la calaña de ser humano que es su amigo, así como su patológica costumbre de mentir y traicionar. Por tanto, su condición de condenado y prófugo de la justicia le siguió dificultando la posibilidad de ponerlo en libertad. Sabía que hacerlo significaría tirar por la borda toda la confianza que había logrado cimentar en el pueblo panameño con su nuevo enfoque personal. Además, era obvio que poner en libertad al delincuente de marras y declarar nula su sentencia haría trizas su estrategia de gobierno. De seguro provocaría, además, la renuncia inmediata de la mayor parte de sus ministros, quienes —como sabemos— aceptaron participar en su gobierno al creer en su palabra y en su promesa de honestidad y pulcritud en la gestión pública, así como en el respeto a las leyes.

De manera que, al no encontrar una vía legal o, digamos, más potable para liberar a Martinelli —y poder quitárselo de encima—, Mulino decidió pagarle el favor de los votos concediéndole el beneplácito de la calificación de “perseguido político”, y facilitar su salida hacia Colombia bajo esa condición. Y así están las cosas.

El único que, al parecer, no se aprendió su línea en esta obra de teatro recién estrenada fue el embajador de Panamá en Colombia, Mario Boyd Galindo, quien apareció cándidamente en una foto, compartiendo y festejando con Martinelli a su llegada a ese país. Suponemos que celebraba el éxito de su misión diplomática, recibiendo como se merece a su también amigo, el ahora flamante “perseguido político” Ricardo Martinelli.

Como vemos, al final del tortuoso camino por el que transita nuestra maltrecha democracia, la impunidad vuelve a salirse con la suya, confirmando la existencia de un Estado fallido. La clase política sigue ejerciendo el poder en favor de las élites empresariales y de figuras políticas preponderantes o afines, aunque la justicia los declare delincuentes, ladrones, corruptos o criminales.

El autor es escritor y pintor.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Saúl Méndez, dirigente del Suntracs, solicita asilo en la embajada de Bolivia. Leer más
  • Venezuela reanudará los vuelos desde y hacia Panamá. Leer más
  • Dirigencia del Suntracs entregó fondos a Jaime Caballero que luego desvió a terceros. Leer más
  • ‘La Beca Universal no es para el que no estudia’: el presidente Mulino. Leer más
  • Saúl Méndez saltó la cerca de la embajada de Bolivia para pedir asilo. Leer más
  • Atrasan pagos del PASE-U 2025: las implicaciones de la crisis educativa. Leer más
  • Obreros del cuarto puente sobre el Canal se reincorporan, a pesar de la huelga de SUNTRACS. Leer más