Voy a compartir una pesadilla con los ojos abiertos que mi afiebrada imaginación me presentó al oír al presidente norteamericano afirmar que su país necesita ser dueño del Canal para su seguridad nacional.
Digo que es una pesadilla imaginada, pero tan precisa en la logística que no puedo descartarla.
En la quietud de una medianoche panameña, uno o dos de los gigantes aviones Hércules rompen el silencio al aterrizar en el aeropuerto de Howard, pacífico territorio panameño.
Del Hércules bajan a tierra firme tanques, autos blindados, 15 mil uniformados y toda clase de armamentos. Acostumbrados a la obediencia militar, en una hora los soldados están listos para avanzar. ¿Hacia dónde? Directo a la Esclusa de Miraflores, repartiéndose las tropas hacia el desierto edificio de la Administración en Balboa.
¿Cuál es el plan de nuestro gobierno para defendernos en tal posible eventualidad?
No dormiten pensando que van bien en su actual plan A: propiciar reuniones entre los más doctos en este tema de ambos países.
Esa tonta esperanza seguramente tiene distraídas a nuestras autoridades desde que surgió la amenaza.
Es claro que ningún argumento de nuestra lucha histórica, ni las cifras que demuestren la buena administración del Canal por los panameños, ni el admirable orden de la democracia de Panamá, demostrada una vez más en recientes elecciones, hará desistir a Trump de adueñarse de importantes piezas del mapamundi. Una muy a mano: el Canal de Panamá. Su aspiración, igual a la de Putin, es hacer más grande y poderoso a su país.
Panamá ya debió convocar a los países signatarios del Tratado de Neutralidad para que vengan a acompañarnos y dar peso a nuestra defensa. Y debe ser un Open House a todos los vecinos que no gustan de Norteamérica y estarán contentos de unirse a una causa bélica en su contra.
Trump habrá provocado una guerra en América Latina; la inocente Panamá, el teatro de guerra.
Qué desperdicio de una lealtad probada entre Panamá y Estados Unidos. Durante la II Guerra Mundial, no hubo en Panamá un solo incidente de sabotaje.
Si mi temido Plan A resulta no ser tan descabellado, ¿cuál es el plan defensivo en la manga de nuestro mandatario? ¿Y el plan C? Porque con Trump no hay que ilusionarse con normas de decencia ni respeto, menos hacia un shitty country, como nos ha llamado.
La autora es escritora.