La comunidad drusa, hoy en el centro de un nuevo estallido de violencia en Siria, específicamente en la provincia de Sweida, venera al profeta Nabi Shu’ayb y lo identifica con el mismo personaje Jetró (Reuel), figura bíblica conocida por ser el suegro de Moisés.
Antes de que terminara la semana, se reanudaron los enfrentamientos entre beduinos y drusos, grupos que luchan por el control de territorios al sur de una Siria devastada, un país que apenas respiraba tras más de una década de guerra y que ahora despierta nuevos temores de reactivar el ciclo de violencia.
Las fuerzas beduinas, provenientes de distintas partes del país, avanzan hacia áreas tradicionalmente dominadas por los drusos, mientras el ejército sirio intenta contener el conflicto con puestos de control estratégicos, según testigos en la zona.
Más allá de la disputa territorial entre los beduinos leales al actual jefe de gobierno interino, el excombatiente Abu Mohammad al-Jolani, y los drusos —muchos de los cuales llevan años aspirando a cierta autonomía—, salen a relucir siglos de diferencias culturales y religiosas, traducidas hoy en violencia, como si hubiesen esperado un disparo de salida y cualquier excusa fuera suficiente.
Los drusos son una minoría en Siria y también se encuentran en Israel y Líbano. Para ellos, Nabi Shu’ayb, o Jetró, su profeta, es el único no hebreo con un capítulo propio en el Antiguo Testamento (Torá). Es considerado una figura de sabiduría y guía espiritual. La tradición judía y cristiana también lo recuerda como el suegro de Moisés, padre de Séfora, la esposa del líder hebreo, a quien Moisés conoció en el desierto tras huir de Egipto y llegar a las tierras de Madián.
Según diversas versiones coincidentes, el conflicto actual se desató tras una disputa entre un beduino y un druso. Luego estalló un choque que fue escalando: beduinos capturaron a drusos y, para humillarlos, les arrojaron sus característicos sombreros y les cortaron las barbas, un símbolo identitario. Los drusos reaccionaron, los beduinos convocaron a más combatientes y cometieron una masacre. En respuesta, comunidades drusas de Siria e Israel comenzaron a movilizarse y, finalmente, el ejército de Israel bombardeó puestos del ejército sirio en Damasco en apoyo a los drusos.
En Kfar Zeitim, cerca de Galilea, se encuentra el santuario más importante para los drusos. Cada año, miles de ellos peregrinan al sitio desde Líbano, Siria e Israel. Pese a ser monoteístas, una parte de sus creencias marca una diferencia fundamental: creen en la reencarnación de las almas (tawḥid y tanasukh) y consideran que se pasa por ciclos de nacimiento, muerte y nuevo nacimiento en un constante proceso de purificación.
Estos choques revelan la complejidad del sur de Siria, donde la frágil coexistencia se sostenía, años atrás, gracias a la presión militar ejercida por el régimen de Bashar al-Ásad. Su caída, a manos de las tropas de Al-Jolani, demostró que la tolerancia no era producto de una apertura cultural, sino una imposición militar.
Por su parte, los beduinos, famosos por su vida nómada en el desierto, su hospitalidad y su riguroso código de honor, son también una comunidad con profundas raíces en Siria y otros países. Sin embargo, las circunstancias los han llevado a militarizarse y alinearse con distintos bandos durante el colapso del régimen de Al-Ásad.
El gran reto de Al-Jolani, frente a una Siria desgarrada por años de guerra interna, es que, más allá de los intereses militares, políticos y económicos, logre preservar la Siria multicultural, rica en comunidades con diversas formas de interpretar su espiritualidad.
En ese sentido, recordar la historia de Jetró y Moisés es una invitación a un pasaje cuyo énfasis está en la sabiduría compartida: Moisés aprendió de su suegro, el padre de Séfora, resaltando que del otro, del distinto, también se aprende. El conocimiento no sabe de fronteras y, con ello, la historia nos invita a la tolerancia y al diálogo en una región convulsionada desde hace tanto tiempo.
La autora es periodista y exembajadora de Panamá en Israel.