El espejismo del libre comercio mundial (II)

A fines del siglo pasado, las empresas de los países industrializados estaban ávidas de que China les abriera su mercado. Siendo aún la nación con la mayor población del mundo, era imperativo que China se convirtiera en miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Como supuesto incentivo adicional, se sostenía la ingenua idea de que la apertura de su mercado y la consecuente mejoría en la calidad de vida de sus ciudadanos aumentarían la democracia en China.

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El espejismo del libre comercio mundial (I)

Las empresas extranjeras pronto se percataron de la doble ventaja de integrar a China al comercio mundial, ya que no solo aumentarían sus volúmenes de venta al acceder a tan inmenso mercado, sino que además podrían mudar sus fábricas a China para aprovechar su tratamiento preferencial ante la OMC y sus bajos costos de producción —sobre todo en la mano de obra—, y así obtener mayores márgenes de ganancia exportando al mundo desde China. Ante esta apetecible realidad, las restricciones en las formas de invertir en China parecían sacrificios soportables.

En época reciente, el gran atractivo de suplir al mercado chino e internacional desde fábricas en China ha venido acompañado de una gran desilusión: el gobierno chino favorece —mediante prácticas desleales hacia las empresas extranjeras establecidas en su territorio— a sus propias empresas locales en la producción de bienes de alto valor agregado. Como resultado, las extranjeras no solo pierden cuota de mercado internacional ante estas nuevas marcas chinas, sino que además ven desplazada del propio mercado chino la mercancía de sus marcas, aunque haya sido fabricada allí mismo.

Muchos desconocen que, aun en los sectores económicos permitidos al capital extranjero, este tiene la obligación de asociarse con una compañía china, que a menudo es parcial o totalmente estatal. Se alega que, por esta vía, China ha ido adquiriendo el conocimiento tecnológico (know-how) y el acceso a la propiedad intelectual extranjera para luego crear sus propias empresas, que compiten con las extranjeras sin haber invertido millonarias sumas de dinero en la investigación y el arduo desarrollo de nuevas tecnologías.

El trato preferencial que la OMC ofrece a China en calidad de supuesto país emergente le permite a esta nación otorgar subsidios muy por encima de los autorizados para los países industrializados, excepto quizás India. A esto se suma la sobrecapacidad productiva de las industrias chinas: su mercado doméstico no puede absorber buena parte de lo que producen, pues se trata de una sociedad de consumo moderado y de una población decreciente. Ante bajos niveles de consumo interno, el mercado capitalista tiende a hacer los correspondientes ajustes de reducción. No así en China, cuya economía planificada por el Estado y financiada por la expansión monetaria impulsa a sus empresas a ganar cada vez mayores cuotas de mercado en otros países de forma agresiva, incluso vendiendo su mercancía por debajo de los costos de producción (dumping).

También debemos considerar que, desde hace años, China viene devaluando su moneda (el renminbí o yuan) en los mercados de divisas para abaratar el precio de sus productos ante las divisas de los países consumidores y las de los países con industrias competidoras, con el fin de que los productos de estos últimos se encarezcan en contraste con los chinos. Con ello, China también busca mitigar y contrarrestar un aumento de precios en sus productos importados por países que le imponen aranceles altos, como lo hizo recientemente Estados Unidos.

Todas estas prácticas desleales han incidido en los déficits en la balanza comercial de los países importadores de productos chinos, incluyendo aquellos que exportan a China materia prima energética, mineral y agropecuaria. Ello ha traído como consecuencia la drástica disminución de las reservas en divisas extranjeras en esos países, principalmente en dólares estadounidenses, ya que la mayoría de los productos chinos se adquieren con dólares y no con la moneda local. Estas reservas también disminuyen en la medida en que se reduce la exportación de sus productos por perder demanda en el mercado internacional frente a aquellos manufacturados en China. En el caso de Estados Unidos, el inmenso déficit de la balanza comercial con China ocasiona que el país asiático acapare un exceso de reservas en dólares, que a su vez usa para comprar bonos del Tesoro estadounidense. Así se reduce la cantidad de dólares en el mercado internacional y se devalúa el yuan, con las ventajas comerciales que esto acarrea. Todos estos factores han logrado que muchos países industrializados y compañías multinacionales se estén replanteando los parámetros de sus relaciones comerciales con China, con miras a propiciar acuerdos más equitativos que logren nivelar el campo de juego.

El autor es abogado.


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