La reunión-almuerzo en el “Bramadero” de Penonomé entre el presidente Mulino y diputados de distintas bancadas —como gesto de agradecimiento a quienes aprobaron la recién promulgada Ley del Seguro Social— fue una prueba sencilla de cuán poco ha cambiado la manera de hacer política en Panamá.
Esto, claro está, no sorprende en el caso de los diputados de los partidos tradicionales, pues ya nos tienen acostumbrados a este tipo de maniobras clientelistas: celebraciones disfrazadas de “acercamientos” que terminan, casi siempre, en el pago de favores o en el irreverente “¿Qué hay pa’ mí?”.
Lo que sí sorprende —y decepciona— es la presencia de diputados de bancadas como Vamos y MOCA. Se esperaba más de quienes dijeron venir a cambiar la política. Basta con recordar, a modo de ejemplo, la fastuosa celebración con whisky Macallan en plena pandemia, o los episodios de chantaje y oportunismo protagonizados por los llamados huevitos y bolotas durante el quinquenio anterior.
Como panameño, mantenía la firme esperanza de que estos jóvenes diputados independientes marcarían un antes y un después en la cultura legislativa. En el periodo pasado, figuras como Juan Diego Vásquez, Edison Broce y Gabriel Silva lograron hacerse escuchar —y respetar— sin necesidad de gritar, ni de pactar con el clientelismo. Se pensó que sus herederos políticos continuarían esa línea.
Pero el almuerzo del Bramadero no fue un detalle menor, ni un gesto aislado. Fue una señal de alerta. Y no ha sido la única. Desde el inicio de este nuevo periodo, varios de estos jóvenes diputados han dado pasos en falso, buscando consejos y guía en la misma vieja escuela que ha perpetuado los vicios políticos de la Asamblea Nacional.
Aún están a tiempo de corregir el rumbo. Todavía pueden alinearse con las expectativas de un país que apostó por ustedes con la esperanza de ver algo distinto. No olviden que el respeto no se impone: se gana. Háganse merecedores del respaldo ciudadano que recibieron en las urnas.
No pueden darse el lujo de invocar la inexperiencia como excusa para defraudar a la población. Si lo hacen, solo confirmarán la creencia —tan extendida como peligrosa— de que la política panameña está condenada a seguir igual: corrupta, oportunista e inmune al cambio.
El autor es escritor y pintor.