Hay silencios que duelen. Otros que avergüenzan. Y algunos, como el del presidente del PRD, que simplemente apestan.
Porque en medio del hedor que emana de las gestiones más recientes de ese partido —con escándalos que enlodan desde el Fondo de Ahorro hasta las botellas sin funciones, desde obras infladas hasta indignos pactos legislativos—, la voz de quien debería representar al colectivo brilla por su ausencia. Silencio absoluto. Ni una palabra para explicar, asumir, corregir o siquiera disimular. Y ese silencio no es prudencia: es complicidad.
Lo que indigna no es solo la corrupción, sino la desvergüenza con la que esta ha sido normalizada por una estructura partidaria que alguna vez quiso ser sinónimo de proyecto nacional. Porque sí, el PRD fue prohijado por figuras de peso moral y político en la historia latinoamericana y europea: Felipe González, Mario Soares, Carlos Andrés Pérez, entre otros líderes de la Internacional Socialista, quienes acompañaron con esperanza el nacimiento de un partido que —tras la muerte de Omar Torrijos— se propuso transitar hacia una democracia social, moderna y ética.
Pero ese legado fue traicionado
Hoy el PRD es un cascarón sin ideología, sin visión de país y sin una narrativa coherente. No representa a los trabajadores, ni a los campesinos, ni a los estudiantes…Solo representa el clientelismo. Ha dejado de ser un partido político para convertirse en una plataforma de prostitución del poder: un negocio electoral con franquicias locales. La carrera no es por servir: es por llegar a tiempo al reparto. Lo demás —educación, salud, justicia, transparencia…para el presidente no existe.
Silencio
¿Qué pensaría Torrijos si viera en qué se ha convertido el partido que ayudó a moldear? ¿Qué pensaría al ver su nombre manipulado para justificar acomodos, planillas secretas y pactos con lo peor de la política nacional? Tal vez repetiría lo que le dijo una vez a su hijo Martín: “Cuídate de los lambones y de los ladrones. Uno te dice lo que quieres oír, el otro se lleva lo que no es suyo.” Hoy, el PRD está saturado de ambos.
El mutismo de su actual dirigencia es una metáfora perfecta: no tienen nada que decir porque no tienen nada que proponer. Su programa es el poder por el poder. Su identidad, el reparto. Su norte, el presupuesto.
Y mientras tanto, el país se desmorona. La educación colapsa, la justicia se vende, el agua se seca, la juventud emigra y la desigualdad se extiende como un cáncer. Mientras el PRD calla, esperando que el próximo ciclo electoral les devuelva la oportunidad de volver a las oficinas públicas a hacer lo mismo: nada, pero con otras caras.
Ese cinismo solo se sostiene porque la sociedad aún lo tolera
A Panamá le urge una nueva generación política. No una que repita eslóganes huecos, sino una que se atreva a pensar, a limpiar y a reconstruir. Una ciudadanía que diga basta. Que deje de premiar el saqueo con votos. Que eleve el estándar de lo que exige y lo que tolera.
El PRD fue alguna vez un intento de darle rumbo ético y popular a la transición democrática. Hoy es una de las columnas del pantano que impide que Panamá avance. Y su silencio —el del presidente mudo, el de los cuadros que miran hacia otro lado— no es olvido: es consentimiento.
Por eso, cuando los partidos callan ante su propia podredumbre, es la sociedad la que tiene que alzar la voz. Gritar por dignidad. Por memoria. Y por futuro.
El autor es exdirector empresario y de La Prensa.