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El segundo mundo

En un ensayo reciente, el autor conocido como boriquagato (Michael E. Taylor) explora el concepto del “segundo mundo”. Estamos familiarizados con los términos “primer mundo” y “tercer mundo”, y tendemos a asumir que basta con aplicar ciertas políticas públicas para alcanzar el primero, con todos los beneficios que ello conlleva.

Sin embargo, el autor advierte que incluso países que alguna vez llegaron al primer mundo pueden experimentar un retroceso hacia el segundo. El progreso no está garantizado. Es posible descender, aun después de haber alcanzado niveles de desarrollo avanzados.

Partamos de la premisa de que el tercer mundo es un sistema donde existe un círculo vicioso de desconfianza individual y sistémica que se refuerzan mutuamente. En contraste, en algunos países del primer mundo se observan prácticas basadas en la confianza social: por ejemplo, puestos de venta agrícola sin supervisión, donde el comprador deposita el dinero según una lista de precios. Esa confianza mutua permite reducir controles y preservar el respeto a la propiedad.

El segundo mundo, en cambio, representa “lo peor de todos los mundos”: combina los altos costos y complejas regulaciones del primer mundo con la disfunción y baja productividad del tercero. Entre sus características se encuentran redes eléctricas inestables, carreteras en mal estado y servicios públicos ineficientes.

El autor utiliza como ejemplo principal a Puerto Rico —donde presumiblemente reside— y describe cómo su infraestructura colapsa, mientras persisten estructuras regulatorias propias de sociedades avanzadas.

A partir de este análisis, introduce el concepto de la paradoja libertaria: las libertades y derechos propios de una sociedad del primer mundo pueden volverse vulnerabilidades cuando son explotados por quienes no comparten esos valores. Entre los ejemplos que menciona están los sistemas basados en la confianza —vulnerables al juega vivo—, las protecciones legales que impiden responder ante conductas antisociales, como el abuso del derecho al libre tránsito, o sistemas de bienestar social fácilmente corrompibles.

La conclusión es contundente: los sistemas exitosos del primer mundo no dependen únicamente de su diseño institucional, sino de una transmisión duradera de los valores que los sustentan. Alcanzar ese nivel requiere primero un cambio cultural. El funcionamiento del sistema depende de valores compartidos; su preservación, de una defensa activa de esos valores. De lo contrario, el juega vivo nos empujará al segundo mundo. El autor lo resume con la expresión “reglas de oro y edades de oro”.

Con un sistema educativo público en franco deterioro —herramienta esencial para inculcar esos valores—, y una educación privada que forma talento humano que luego emigra por falta de oportunidades locales, ¿estamos condenados a confrontar la realidad del segundo mundo? Estas ideas deberían hacernos reflexionar, especialmente ante la actitud de ciertos sectores que parecen promover el retroceso de Panamá en lugar de su avance.

El autor es director de la Fundación Libertad.


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