Si usted observa a una o varias abejas revoloteando diariamente sobre un toro bravo, y este intenta defenderse y apartarlas con sus cuernos, a primera vista no sabrá quién ganará la batalla. Pero es casi seguro que, por más fuerza y peso que tenga, el toro no logrará ahuyentarlas. Imagine ahora al Gobierno Nacional, con todo el peso del Estado, peleando a diario contra agentes sociales: tampoco sabemos quién ganará al final la batalla por la paz social. Así ocurre en nuestro Panamá desde hace meses. Le invito a leer este artículo y, al final, sacar sus propias conclusiones sobre cómo propongo alcanzar un armisticio.
Todos los gobiernos desde 1989 han enfrentado problemas sociales y han tratado de resolverlos mediante el diálogo. El gobierno del expresidente Guillermo Endara recibió un Panamá desarticulado socialmente, con una economía devastada, un tercio de la población activa desempleada, una deuda externa superior al PIB y amplios sectores resentidos. Incluso tuvo dificultades para instalar un nuevo mando policial. Enfrentó una gran manifestación el 20 de diciembre de 1990, con tintes antiestadounidenses y antigubernamentales. Sin embargo, negoció en muchos temas.
El gobierno de Ernesto Pérez Balladares sufrió una derrota en su intento de reelección, en parte debido a sus políticas de privatización y una tasa de desempleo cercana al 13%. Enfrentó una huelga general en agosto de 1995 por la reforma laboral, y tuvo que lidiar con el desmantelamiento de las bases militares. Pero también negoció.
La administración de Mireya Moscoso enfrentó una crisis en 2001, marcada por renuncias ministeriales y críticas por los indultos concedidos. Pero también negoció.
El gobierno de Martín Torrijos lidió con una fuerte oposición callejera por parte de sindicatos, gremios profesionales y organizaciones sociales contra su propuesta de reforma a la Caja de Seguro Social. Las protestas se extendieron durante semanas. Sin embargo, frenó las movilizaciones del Frente Nacional por la Defensa de la Seguridad Social (Frenadeso) y del Sindicato Único de Trabajadores de la Construcción y Similares (Suntracs), y negoció una versión mejorada de la ley original. En diciembre de 2005 sancionó la Ley 51, que estableció un modelo mixto de pensiones, combinando el sistema tradicional de reparto con cuentas individuales de ahorro. Negoció.
La gestión de Ricardo Martinelli enfrentó, con la aprobación de la polémica Ley 30 de 2010 —conocida como “ley chorizo”—, días de protestas, huelgas y toques de queda. Hubo dos muertos, cientos de heridos y detenidos. Pero el país volvió a la normalidad tras un acuerdo entre el Gobierno y el sindicato de trabajadores bananeros de Changuinola, cuya población había visto suspendidos sus derechos de reunión. También negoció.
Durante el gobierno de Juan Carlos Varela hubo múltiples llamados a huelga en distintos sectores públicos. El entonces ministro de Trabajo, Luis Ernesto Carles, tuvo que mediar. Los docentes exigieron mejoras salariales y mayor presupuesto educativo. Finalmente, se acordó un aumento salarial de 300 dólares mensuales a partir de julio de 2017, y el compromiso de aumentar progresivamente el presupuesto educativo hasta el 6% del PIB en 2019. Además, hubo protestas contra el proyecto hidroeléctrico Barro Blanco. También negoció.
Ni hablar de los desafíos durante el gobierno de Laurentino Cortizo en medio de la pandemia de COVID-19. Negoció.
La lección es clara: todos los gobiernos anteriores llegaron con nuevos programas sociales y, aunque enfrentaron protestas de sectores desencantados, supieron negociar para mantener la paz. Presidentes con estilos de liderazgo distintos aprendieron a ceder y a acordar.
El presidente actual tiene su propio estilo y un programa político que fue elegido y respaldado por la mayoría. Con ese mandato debe ejecutar su agenda, pero también negociar, sobre todo cuando las circunstancias sociales cambian o se agravan.
Mi recomendación es que, como sus antecesores y como ocurre en muchas democracias, recurra a la negociación y la mediación. La paz social vale más que cualquier victoria política. Algunos consejos: use especialistas en mediación, del mismo modo en que se recurre a un médico o un abogado especializado. No confíe exclusivamente en su equipo de gobierno para esta tarea. La Iglesia católica, valorada por su independencia, puede ser un buen canal. Pero también existen equipos profesionales que se dedican a resolver conflictos sociales. Si el conflicto se prolonga, un mediador externo puede hacerle ver al Gobierno qué temas podría ceder sin darse cuenta, y que resultarían satisfactorios para sus opositores. Y a la inversa, mostrarles a estos qué demandas podrían flexibilizar y que serían aceptables para el Ejecutivo. Considere incluso negociar en un terreno neutral, en un país vecino, donde todas las partes puedan sentarse con serenidad.
Al final, queremos que el toro bravo se dedique a cuidar el potrero: que haya cosecha, riqueza, buenos ganaderos y agricultores, y empleados en paz. Y que las abejas revoloteen tranquilas en su colmena, produciendo miel sin molestar al toro. Para eso, hay que saber quién y cómo puede ayudar. No en vano dice el refrán: “No se le vende miel al colmenero”.
Y usted, estimado lector, ¿quién cree que ganará esta batalla social: el toro bravo o las abejas? Porque, en el fondo, todos queremos lo mismo: tener la fiesta en paz.
El autor es profesor e investigador de la Universidad de Panamá, SNI.