La escasez de agua en el Canal de Panamá ha reactivado propuestas que, aunque parecen pragmáticas, perpetúan una lógica que ya no responde a los desafíos actuales. Embalsar el río Indio —una inversión de 1,200 millones de dólares con alto costo social y ambiental— no resuelve el problema estructural: seguimos desperdiciando el agua.
Durante más de un siglo, Panamá ha respondido a la demanda hídrica del canal embalsando ríos: primero el Chagres, que dio origen al lago Gatún, y luego Alhajuela. Ahora se plantea intervenir otra cuenca, pero si no transformamos la manera en que usamos el recurso, dentro de algunas décadas estaremos debatiendo qué otro río inundar.
Cada tránsito de barco utiliza millones de galones de agua dulce, que en su mayoría se pierden en el proceso. Las esclusas neopanamax permiten cierto ahorro mediante tinas de reutilización, pero las esclusas panamax tradicionales siguen operando con menor eficiencia. Además, el agua reutilizada entra en contacto con agua salada proveniente del mar o de los cascos de los buques, lo que provoca un aumento gradual de salinidad en el lago Gatún. Esto compromete tanto la biodiversidad como el suministro de agua potable.
La propuesta de embalsar el río Indio implica el desplazamiento de más de 2.000 personas y la inundación de áreas agrícolas y forestales. A esto se suma la pérdida de servicios ecosistémicos esenciales. Aunque puede ser necesario aumentar la disponibilidad de agua, depender únicamente de nuevas fuentes no garantiza resiliencia. Lo que se necesita es eficiencia.
Es momento de adoptar un enfoque estructural, con soluciones que cierren el ciclo del agua y eviten seguir cavando el mismo hoyo. Por ejemplo, se puede implementar un sistema de reutilización progresiva, en el que el agua dulce del lago se use durante uno o dos ciclos operativos. Antes de que su salinidad alcance niveles críticos, esa agua puede ser sometida a desalinización y reintroducida al sistema o al lago, siempre que cumpla con los estándares. Este enfoque híbrido no solo reduciría la presión sobre nuevas fuentes, sino que ayudaría a conservar el equilibrio ecológico de la cuenca canalera.
La desalinización ya está siendo explorada por la Autoridad del Canal de Panamá. En la comunidad de Escobal, Colón, se desarrolla un plan piloto de potabilización por ósmosis inversa que abastece a unas 800 personas. Este tipo de experiencias permite evaluar la viabilidad técnica de soluciones más ambiciosas, especialmente si se combinan con tecnologías emergentes como la electrodiálisis o la desalinización solar pasiva.
Pero no se trata solo de tecnología. También es urgente fortalecer las normativas que promuevan un uso más inteligente del recurso hídrico y restaurar las cuencas que alimentan el canal. Sin bosques sanos, suelos protegidos y gobernanza efectiva, ninguna infraestructura puede garantizar la sostenibilidad.
Embalsar el río Indio puede parecer una solución rápida, pero es una decisión de largo impacto que compromete comunidades, destruye ecosistemas y mantiene un modelo de gestión obsoleto. Apostar por eficiencia, tecnología y restauración es más complejo, sí, pero también más justo, resiliente y alineado con los desafíos climáticos y sociales del presente.
El canal es una obra de ingeniería de escala global. La estrategia hídrica que lo sostiene debe estar a esa altura. Persistir en un modelo de expansión infinita es ignorar que vivimos en un planeta con límites. Es hora de adoptar una visión más circular e innovadora que garantice agua no solo para la operación del canal, sino para la vida que lo rodea y lo sostiene.
La autora es ingeniera ambiental con experiencia en gestión hídrica y circularidad de recursos en países nórdicos y América Latina.