El orden internacional se define como un sistema de reglas y expectativas establecidas entre los Estados, con el fin de regular sus objetivos de supervivencia y desarrollo, mantener su independencia y la paz. Desde esta perspectiva, no fue hasta después de terminada la Segunda Guerra Mundial, a iniciativa del presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, que los líderes mundiales se reunieron en 1945 en San Francisco para diseñar lo que sería la Carta de las Naciones Unidas, que entró en vigor el 24 de octubre de ese año, dando nacimiento a la Organización de Naciones Unidas. El Estatuto de la Corte Internacional de Justicia sería parte de la Carta de la ONU.
Previamente, en 1943, equipos técnicos de los países aliados crearon las organizaciones para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la agencia responsable de impulsar la Educación, Ciencia y Cultura (Unesco), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), entre otras, todas adscritas a la ONU. En 1948 se sumarían la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Marítima Internacional (OMI).
La ONU tendría como objetivos fundamentales mantener la paz y la seguridad internacional, distribuir ayuda humanitaria a los países que lo requieran, impulsar el desarrollo sostenible en todos los países y promover acciones para detener el cambio climático, y defender los derechos humanos. Roosevelt estuvo tan comprometido en promover el nuevo orden, que el Senado aprobó la Carta de la ONU por 89 votos a favor y solo 2 en contra.
Si bien el sistema de Naciones Unidas no ha sido tan eficiente como esperaban sus gestores, en gran medida, los responsables de ello han sido los gobernantes que han nombrado en posiciones clave a familiares y amigos políticos, instaurando prácticas corruptas para enriquecerse. El gran responsable de este lamentable escenario son los ciudadanos que insisten en elegir a políticos corruptos.
Pero el orden mundial está a punto de ser reemplazado por un esquema anacrónico de supremacía de las potencias, debido a la falta de visión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En un artículo publicado en la BBC el 26 de marzo, bajo el titular “Trump ha hecho estallar el orden mundial y ha dejado a los europeos luchando por salir adelante”, el periodista Allan Little recordó que desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora, Estados Unidos se había consolidado como líder del mundo libre.
Algunas de las acciones tomadas por Trump contra el orden internacional son decretar la salida de Estados Unidos de la OMS y de los acuerdos contra el cambio climático, al tiempo que revisa la membresía en el Consejo de Derechos Humanos, la Unesco y la agencia de ayuda a los refugiados de Palestina. Además, inició una peligrosa guerra arancelaria y retiró a Estados Unidos del grupo multinacional que investigaba a los líderes de Rusia responsables de la invasión a Ucrania, alineándose con Vladimir Putin en este diferendo.
El impacto de las medidas que afectan al sistema de Naciones Unidas será enorme, si tomamos en cuenta que, con el 15.6% del PIB mundial, Estados Unidos es, con creces, el mayor contribuyente de la ONU.
Además, ha ignorado los compromisos pactados por Estados Unidos en tratados comerciales y, en el caso de Panamá, ha inventado una narrativa, a todas luces falsa, sobre presuntas violaciones al Tratado de Neutralidad del Canal, para “justificar” la pretendida retoma del control de la vía por Estados Unidos. Panamá ha cumplido fielmente el Tratado de Neutralidad, y en tal virtud, las amenazas de Trump carecen del menor sustento legal. Ello, tomando en cuenta que, conforme a su régimen legal, en Estados Unidos los tratados son ley nacional (law of the land).
Pero ese no es el único legado de Trump en el plano internacional. Prácticamente ha eliminado la asistencia que ofrecía Estados Unidos a los países pobres, a través de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID). Ello incluye la eliminación del 90 % de los contratos multianuales, que totalizan unos $54,000 millones y donaciones por unos $4,400 millones a programas de interés social.
Muchos de los decretos ejecutivos de Trump son ilegales y, en tal virtud, han sido impugnados por activistas cívicos. Pero el presidente intenta forzar su aplicación, lo que ha puesto en riesgo el sistema de pesos y contrapesos. Es decir, en juego no solo está el orden internacional sino la propia democracia estadounidense. Según Little, Trump ha renunciado a la política implantada por Harry Truman, quien sostenía que “defender las democracias es vital para los intereses nacionales de Estados Unidos”.
A menos que ocurra lo improbable, el orden internacional de la posguerra deberá soportar la falta de apoyo de Estados Unidos, por lo menos hasta que termine la gestión de Trump. Les corresponde a las democracias líderes de Occidente repartirse el apoyo financiero de las agencias multilaterales e impulsar los correctivos que correspondan. Al respecto, el catedrático de historia de la Universidad de Toronto, Daniel Manulak (“How to sustain international order in an ‘America First’ world”, 3 de marzo de 2025) considera que Canadá pudiera suplantar el liderazgo de Estados Unidos. A su juicio, “Canadá es la única nación con la voluntad y capacidad de ser su garante”. Mantener el orden internacional basado en reglas es vital, sobre todo para los países pobres.
El autor es periodista.