En el rejuego geopolítico que sacude al mundo, muchas de las visiones tradicionales están cambiando y posiblemente no volverán a ser como antes. Las dinámicas del mercado y la ley de oferta y demanda se están reconfigurando. La globalización que conocíamos tiende a restringirse y está siendo sustituida por un proteccionismo enfocado en las economías domésticas, lo que reprogramará el comercio mundial y trastocará la logística internacional.
El tránsito por el Canal de Panamá disminuirá, dado que el comercio marítimo ha sido afectado por medidas políticas y tarifarias que reducen el volumen de carga y, por ende, los ingresos canalizos. Esto limitará la capacidad de la vía interoceánica para seguir transfiriendo aportes al Estado. A esto se suman nuevas rutas regionales en desarrollo, como el Corredor Interoceánico de México, el Corredor Bioceánico de Brasil y Chile, y el canal seco de Honduras, entre otros, que también restarán tráfico al canal panameño.
América Latina experimenta un crecimiento exponencial en su producción de petróleo y gas gracias a descubrimientos importantes, como en Guyana, y al aumento de producción en países como Brasil, Ecuador y Argentina. Los grandes tanqueros de petróleo y gas licuado de petróleo (GLP) buscarán las rutas más eficaces en términos de tiempo y costo.
Ante ese panorama, el administrador del Canal ha planteado que, con un futuro gasoducto bajo gestión de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), se aprovecharía la ubicación estratégica del país como punto de conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico. Sin embargo, esta estrategia parece arriesgada si la desarrolla directamente la ACP, dadas las incertidumbres actuales sobre la posible intervención estadounidense en su administración y la falta de claridad sobre el alcance de los acuerdos recientemente firmados.
Debemos mirar más allá de lo inmediato y reconocer lo que ya ha funcionado eficazmente durante más de 40 años: una empresa donde el Estado panameño es el principal accionista y cuya gestión ha sido delegada a un socio estratégico. Me refiero a Petroterminales de Panamá, S.A., que opera el oleoducto transístmico —también conocido como el “canal petrolero del mundo”—, y que conecta la terminal atlántica de Chiriquí Grande (Bocas del Toro) con la terminal pacífica de Charco Azul (Chiriquí), o viceversa.
Actualmente, el flujo de petróleo y GLP proviene de Texas, Luisiana, Oklahoma y Nuevo México, y se dirige tanto al oeste como al este de Estados Unidos. En el pasado, el flujo era inverso: el petróleo de Alaska se trasladaba del Pacífico al Atlántico.
China, que ha sido uno de los mayores importadores de petróleo y gas del mundo (con alrededor de 11 millones de barriles diarios), y el segundo mayor comprador de crudo estadounidense, ha reducido sus compras a ese país tras la intensificación del conflicto geopolítico y ha incrementado sus importaciones desde países miembros de la OPEP+, como Rusia e Irán. Esta reorientación afectará tanto el uso del oleoducto de Petroterminales como los peajes del Canal.
Además, China ha logrado reducir su dependencia energética externa tras descubrir uno de los mayores yacimientos de gas y petróleo del mundo en el mar Meridional. Las reservas ascienden a 740 millones de barriles, y las pruebas iniciales reportan una producción de 68 mil metros cúbicos de gas y 413 barriles diarios de petróleo ligero, lo que anticipa un impacto significativo en la demanda de rutas de trasiego, incluida la nuestra.
Aun así, seguirá existiendo un volumen —aunque reducido— de tránsito de petróleo y GLP, por lo que podría ser una buena jugada que Petroterminales construya ese gasoducto y así diversifique sus ingresos. La empresa ya cuenta con la servidumbre necesaria, y las adecuaciones en los puertos serían menores, lo que haría el proyecto más rentable y seguro. La clave estaría en construir tanques de almacenamiento de GLP en ambos extremos, como los que ya existen para petróleo.
Insistir en que la ACP lidere este proyecto implica asumir un riesgo económico considerable, más aún en un contexto de incertidumbre sobre los ingresos futuros del Canal, los arbitrajes pendientes y la posible injerencia de Estados Unidos en su administración. Este riesgo se agrava por la flagrante violación al Tratado de Neutralidad que representa la instalación de infraestructuras en las entradas del Canal que “no son, pero parecen” bases militares. El presidente ha dicho que no ha visto militares en Panamá, lo cual recuerda al ministro de Obras Públicas del gobierno anterior que afirmó no haber visto huecos en las calles... cuando estaban llenas de cráteres.
Para complementar nuestro canal seco con el gasoducto de Petroterminales, ¿por qué no acercarnos a China para construir dos puertos en Chiriquí y Bocas del Toro, conectados por una autopista y un ramal ferroviario que enlace con la línea férrea hacia la frontera? Esta propuesta ya fue planteada en mi artículo del 22 de marzo de 2025, titulado “¿Cuándo nos acercamos a China?”. Dada la estrechez del istmo, sería muy difícil que otro canal seco fuera más competitivo que el nuestro.
El meollo está en saber si realmente tenemos soberanía plena o si esta está sujeta a la aprobación de los gringos.
El autor es ciudadano.