En 2023, durante una conversación con varios compañeros de la Universidad Tecnológica de Panamá, nos permitimos imaginar el futuro. Surgieron ideas fascinantes: autos voladores, inteligencia artificial omnipresente, viajes espaciales low cost. No obstante, entre las visiones emocionantes del porvenir, emergió una inquietud que rápidamente se convirtió en el centro del debate: ¿estamos siendo preparados, como jóvenes, para los cambios tecnológicos que transformarán el mundo en las próximas décadas? Concluimos que es urgente transformar el sistema educativo panameño ante la revolución digital y ecológica global.
A pesar del entusiasmo generalizado por la innovación, la realidad educativa que enfrentamos es otra. Hoy, los niños, adolescentes y jóvenes panameños están siendo formados bajo un sistema que, en muchos aspectos, no ha evolucionado al ritmo de las necesidades del presente, y mucho menos del futuro. Desde una mirada crítica y comparativa, podríamos situar el sistema educativo de Panamá en un rango temporal que oscila entre la década de 1980 y principios de los años 2000, dependiendo del nivel educativo y la región del país.
Esta percepción no es solo una impresión; se basa en hechos. Aún persisten enormes desigualdades en la infraestructura escolar, particularmente en áreas rurales e indígenas. Las tecnologías digitales están pobremente integradas en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Los métodos pedagógicos predominantes siguen anclados en la memorización mecánica, dejando poco espacio para la creatividad, la innovación o el pensamiento crítico. Además, el acceso a formación técnica y tecnológica de vanguardia es limitado o inexistente para una gran parte de la población estudiantil.
A nivel global, el panorama es claro. Según el Foro Económico Mundial, se proyecta que para 2027 se habrán eliminado 83 millones de empleos a causa de la automatización, la inteligencia artificial y la transformación digital. Sin embargo, el mismo informe indica que se crearán 69 millones de nuevos puestos de trabajo, especialmente en sectores como la tecnología (inteligencia artificial, ciberseguridad, análisis de datos), la sostenibilidad (energías renovables, economía circular), la salud, la educación técnica y la economía digital.
A menudo me cuestiono si somos verdaderamente conscientes de la magnitud de esta transformación. Al reflexionar sobre estas cifras, pienso en los numerosos jóvenes que conozco, llenos de talento y determinación. Muchos de ellos quizás no están recibiendo la preparación adecuada para aprovechar las oportunidades que se avecinan. En lo personal, me pregunto si los conocimientos que adquirimos hoy serán suficientes para enfrentar los retos del mañana. Me preocupa que, como sociedad, continuemos aplazando decisiones fundamentales, mientras otras naciones avanzan con mayor visión. Estoy convencido de que debemos asumir esta responsabilidad colectiva y comprometernos a rediseñar profundamente nuestro modelo educativo.
Estos nuevos empleos requerirán habilidades muy distintas a las que hoy se enseñan en la mayoría de nuestras aulas. Se demandarán profesionales con capacidad para resolver problemas complejos, trabajar en entornos digitales, adaptarse a contextos cambiantes y participar activamente en la transición hacia una economía más verde, inclusiva y automatizada.
La pregunta, entonces, se vuelve urgente: ¿está Panamá preparado para esta transformación global? Si el país no actúa con decisión y visión, corremos el riesgo de quedar rezagados, profundizando las brechas sociales y económicas que ya nos afectan.
Es imperativo transformar el sistema educativo panameño. No se trata solo de mejorar la infraestructura o repartir dispositivos electrónicos, sino de replantear integralmente qué, cómo y para qué enseñamos. Necesitamos introducir desde la educación primaria temas como la tecnología, la sostenibilidad ambiental, la inteligencia emocional, la educación financiera y la ciudadanía digital.
Formar a los jóvenes para el futuro no significa solo capacitarlos para el mundo productivo. Significa preparar ciudadanos capaces de innovar, emprender, adaptarse y liderar en un entorno incierto y altamente competitivo. No podemos seguir formando a los estudiantes del siglo XXI con métodos del siglo XX para resolver problemas del siglo XXI.
La educación debe dejar de ser vista como una política aislada y pasar a ser entendida como la columna vertebral del desarrollo sostenible y de la justicia social. El momento de actuar es ahora: el reloj del cambio no se detiene, y el futuro ya está aquí.
El autor es egresado del Laboratorio Latinoamericano de Acción Ciudadana 2022.