¡Éxito!

Dicen que en un evento de la capital había “26k de personas en el carnavalístico”, y elevan el hecho a la categoría de récord y éxito: cada uno disfraza lo que puede en estos cuatro días de jolgorio y farsa, que tradicionalmente se han usado para colarnos más de una ley, enmienda o directamente una dolorosa yuca que luego nadie es capaz de remover del magullado cuerpo de la patria.

Pasaran los cuatro días de Carnaval y la vuelta a la realidad será dura: las escuelas no estarán preparadas, las clases se retrasarán, y como ya venimos advirtiendo, la educación volverá a ocupar el último lugar en el interés de este Ejecutivo, que sigue el camiNito del anterior, demostrando que su deterioro y decadencia ha sido mucho más rápido que el de todos los anteriores.

El único éxito es el del fracaso, el de una política internacional poco transparente, el del miedo a Trump, el del deterioro de la confianza del ciudadano en las instituciones, el del victimismo político, el del rudo con los del patio y poco firme con los que nos amenazan de fuera, el del huelepeísmo en viajes al exterior y el de asesores cepillones que avalan los rofeos del presidente.

Preocupa esta idea de éxito fracasado, la distorsión de lo que es un acierto político, y cómo nos vamos comiendo el cuento del alcalde disfrazado de policía o el del presidente en una foto con Felipe VI, haciéndola pasar por fortalecimiento de relaciones cuando la política exterior la marca en España el presidente del Gobierno: la imagen siempre, el taquilleo, y el escamoteo de las mil palabras.

Éxito no son miles de personas desperdiciando agua, sino niños en colegios bien acondicionados, municipios limpios y sus empleados bien remunerados: hacerse el encontradizo en fotos con presidentes o disfrazarse de policía son síntomas de decadencia política y de un ridículo sonrojante que no vamos a consentir por mucho que nos rofeen.

El autor es escritor.


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