Vivimos en un mundo competitivo, donde los problemas sociales adquieren una relevancia creciente en el ejercicio profesional de cada disciplina.
Desde esta perspectiva, deseo compartir mi punto de vista sobre el enfoque del Trabajo Social en familias afectadas por la violencia doméstica y el consumo de sustancias ilícitas.
El Trabajo Social, como profesión comprometida con el bienestar humano y la justicia social, desempeña un papel fundamental en la intervención con núcleos familiares que enfrentan esta situación.
La violencia doméstica y el consumo de sustancias ilícitas son dos fenómenos que, aunque pueden presentarse de manera independiente, a menudo se entrelazan en muchas familias, generando un círculo vicioso de sufrimiento, desestructuración y vulnerabilidad. Desde mi perspectiva como estudiante de la Maestría en Trabajo Social Jurídico Forense, considero que nuestro rol frente a estas situaciones debe ser profundamente humano, ético y profesional, con un enfoque centrado en la familia como sistema y en la promoción de los derechos humanos.
En primer lugar, es importante reconocer que el consumo de drogas no solo afecta al individuo que las consume, sino que sus repercusiones impactan directamente en todo el entorno familiar. Las adicciones alteran la percepción, el control emocional y la conducta, lo que puede desencadenar situaciones de maltrato físico, psicológico o económico dentro del hogar. La violencia doméstica, en estos casos, suele ser consecuencia directa de la pérdida del autocontrol y del deterioro de las relaciones familiares, convirtiéndose en una expresión más del conflicto que atraviesa el núcleo familiar. En algunos casos, el daño es irreparable.
Desde el Trabajo Social se asume un enfoque ecológico-sistémico, que considera a la familia como un sistema compuesto por miembros interdependientes, donde el mal funcionamiento de una parte afecta al conjunto. Según el psicólogo ruso-estadounidense Urie Bronfenbrenner (1917–2005), los seres humanos están influidos por diferentes sistemas (micro, meso, exo y macrosistemas), por lo que el problema del consumo y la violencia debe analizarse considerando el contexto social, económico, cultural e institucional que rodea a la familia.
En este sentido, el profesional de Trabajo Social no puede limitarse a intervenir solo con la persona que consume sustancias o con la víctima de la violencia. La intervención debe incluir a todos los miembros de la familia, identificando dinámicas de codependencia, mecanismos de negación o minimización del problema y patrones aprendidos de comportamiento violento. Como lo planteó el sociólogo y médico israelí-estadounidense Aaron Antonovsky (1923–1994), es fundamental promover la resiliencia familiar, entendida como la capacidad del sistema familiar para reorganizarse y adaptarse ante la adversidad.
Uno de los errores frecuentes en las intervenciones institucionales es abordar estos fenómenos de forma fragmentada: por un lado, el adicto es remitido a un centro de rehabilitación; por otro, la víctima de violencia acude a una casa de acogida; y los hijos, si están en riesgo, pueden ser institucionalizados. Aunque estas medidas pueden ser necesarias, es imprescindible trabajar simultáneamente desde un enfoque integrador que considere el restablecimiento de los vínculos familiares saludables como parte del proceso de recuperación.
En este contexto, la función del trabajador social se orienta tanto a la intervención directa como a la gestión y articulación de redes de apoyo, programas de tratamiento y políticas públicas. Como bien lo indica el pedagogo, filósofo y sociólogo Ezequiel Ander-Egg (nacido en 1930, en Argentina), el Trabajo Social no solo actúa sobre los efectos, sino que también busca transformar las causas estructurales que generan estas problemáticas. Esto implica, por ejemplo, incidir en políticas de prevención del consumo, campañas de educación familiar, acceso a servicios de salud mental, fortalecimiento del tejido comunitario y creación de espacios seguros para mujeres y niños víctimas de violencia.
Además, el Trabajo Social debe fomentar la participación activa de la familia en su propio proceso de cambio. No se trata de imponer soluciones, sino de acompañar, orientar y empoderar a las personas para que sean protagonistas de su recuperación. Esta perspectiva es coherente con la ética del Trabajo Social, basada en el respeto a la dignidad humana, la autodeterminación y la justicia social (Código Ético Internacional del Trabajo Social, IFSW, 2018).
En mi experiencia académica y profesional, he observado cómo muchas familias se sienten juzgadas o abandonadas por las instituciones, lo que incrementa su aislamiento y desconfianza. Por ello, es esencial que el trabajador social actúe con empatía, sin prejuicios, estableciendo una relación de ayuda genuina que permita generar procesos de cambio sostenibles.
En conclusión, el abordaje del Trabajo Social en familias afectadas por la violencia doméstica asociada al consumo de sustancias ilícitas debe ser integral, participativo y centrado en la reconstrucción del sistema familiar. La complejidad de estas realidades requiere no solo conocimiento técnico, sino también sensibilidad, compromiso ético y una firme voluntad de contribuir a una sociedad más justa y humana. Solo desde un enfoque holístico podremos romper el ciclo de la violencia y las adicciones, y acompañar a las familias hacia una vida más digna y saludable.
La autora es trabajadora social.