Mientras miles de docentes abandonan las aulas y empujan al colapso al sistema educativo público, en el extremo este de la provincia de Panamá, la comunidad de Guacuco resiste. Allí, la escuela María Elena Díaz nunca cerró. “Aulas vacías, mentes vacías”, repite su directora, María Leidis Arroyo, como principio rector. Y lo aplican: madres que cocinan, niños que caminan kilómetros, maestros que enseñan sin excusas.
La tragedia que vive la educación panameña —con más de 30 mil docentes sin salario a partir de la próxima quincena, escuelas cerradas y estudiantes sin clases— no es solo administrativa: es moral. En muchos casos, quienes debían formar ciudadanía han optado por paralizarla.
Guacuco nos recuerda que la verdadera defensa de los derechos comienza por no traicionar a los más vulnerables. Que la protesta no puede cancelar el deber. Y que, aun en la pobreza, se puede enseñar con dignidad.
En tiempos de crisis, las lecciones más valiosas a veces vienen de donde menos lo esperamos. Hoy, vienen de Guacuco.