Tras más de 30 años prófugo, fue capturado Eugenio Magallón, exmilitar condenado por el asesinato del padre Héctor Gallego. El sacerdote colombiano fue desaparecido en 1971 por organizar a campesinos pobres que se atrevieron a cuestionar a los poderosos. Su crimen simboliza la represión de una dictadura que no fue “cariñosa”, como algunos intentan maquillarla, sino brutal, cobarde y violadora de derechos humanos.
Esta captura reabre la esperanza de encontrar los restos del padre Gallego y de dar algo de consuelo a sus familiares. Pero también nos obliga a mirar de frente —y con los ojos bien abiertos— nuestra historia: una historia de desaparecidos, de instituciones arrodilladas y de muertos que aún claman justicia. El dictador que lideró ese régimen no debe ser recordado solo por sus aciertos. También cargó con la sangre de quienes pensaban distinto. Que esta memoria no se diluya entre apodos pintorescos ni nostalgias torcidas. Solo con verdad, justicia y libertad podremos proteger la democracia y sanar, al fin, nuestras heridas.