Changuinola tiene razones de sobra para protestar. Ha sido, por décadas, una ciudad marginada por el Estado: servicios públicos deficientes, infraestructura abandonada y pocas oportunidades. Ese vacío ha sido llenado —y manipulado— por Benicio Robinson, diputado por más de 30 años, quien ha convertido su influencia en control político y económico. ¿Para el beneficio de sus electores? En absoluto. El poder ha servido, principalmente, a sus propios intereses.
Pero no es el único responsable. El dirigente sindical Francisco Smith, al frente del sindicato bananero por años, ha sido igualmente intransigente. Su liderazgo recuerda al del difunto Morris en la extinta Coosemupar: más enfocado en la confrontación que en soluciones sostenibles. Bajo su guía, las protestas han paralizado la economía local sin obtener avances reales.
¿Quién pierde? La mayoría de los changuinoleros. ¿Quién gana? Costa Rica —que absorbe parte de la producción— y Robinson, que sigue reinando entre ruinas.
La lucha es legítima. Pero los métodos están destruyendo lo poco que queda. Y eso no es justicia social, es suicidio colectivo.