El clientelismo es una forma de dominación. Se disfraza de ayuda, pero esconde una lógica perversa: mantener a las comunidades en la precariedad para ofrecerles soluciones parciales a cambio de lealtades políticas. En provincias como Bocas del Toro, la ausencia sostenida del Estado ha creado el terreno fértil para que diputados, caciques partidarios y operadores locales sustituyan instituciones por favores, y derechos por promesas. La salud, el agua, el empleo y hasta la educación dependen del partido en el poder. Así, el ciudadano deja de ser sujeto de derechos y pasa a ser objeto de intercambio electoral. Esta dinámica empobrece la democracia, erosiona la confianza pública y perpetúa la desigualdad. Los conflictos sociales que hoy estallan no son espontáneos: son el resultado de años de abandono funcional, disfrazado de “proyectos” y “donaciones”. Romper con este modelo exige instituciones fuertes, reglas claras y una ciudadanía que deje de agradecer lo que le corresponde por ley. Sin esto, no hay república posible, y mucho menos, desarrollo.
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Hoy por hoy: El precio del clientelismo
31 may 2025 - 05:03 AM