Bocas del Toro, que ya vio morir su principal motor económico con el colapso de la industria bananera, enfrenta ahora la amenaza de perder su segunda fuente de ingresos: el turismo. La reciente agresión y retención de una turista estadounidense en uno de los múltiples bloqueos que azotan la provincia no solo es alarmante: es inaceptable. Marchar y protestar es un derecho humano que debe ser protegido. Pero bloquear el acceso a comunidades enteras, o peor aún, privar de la libertad a una persona, no es protesta: es delito.
El daño es profundo. Años de esfuerzo para posicionar a Bocas como un destino turístico sostenible y generador de bienestar se vienen abajo con un solo video que muestre a una extranjera retenida a la fuerza. Esas imágenes le dan la vuelta al mundo y espantan inversiones, cruceros y visitantes. La violencia desvirtúa cualquier causa. La protesta se convierte en chantaje. Y Bocas, que ya ha perdido tanto, no puede darse el lujo de perderlo todo.