El salvoconducto otorgado por el gobierno de José Raúl Mulino a Ricardo Martinelli para viajar a Nicaragua —país que le otorgó la condición de asilado político— pone en evidencia, una vez más, la fragilidad de nuestras instituciones. Aunque el gobierno justifica la medida por “razones humanitarias”, no se puede ignorar que Martinelli es un delincuente común, condenado por lavado de dinero y señalado incluso por sus propios hijos como corrupto.
Es profundamente frustrante constatar que nuestro sistema permitió que se burlara de la justicia con el dinero que, muy probablemente, nos robó a todos los panameños. Que un país lo acoja como perseguido político es un insulto para quienes han sido verdaderamente perseguidos por defender la democracia y los derechos humanos.
Pero esta jugada también deja algo claro: Mulino no es Martinelli. Le ha hecho un jaque. ¿Será jaque mate? ¿O veremos nuevas jugadas que prolonguen esta partida que tanto nos ha costado?
Panamá merece mejores días. Paz para tomar decisiones trascendentales y trabajar, de una vez por todas, por el bienestar y desarrollo de todos los ciudadanos.