Panamá atraviesa una crisis de confianza que no se resuelve con discursos ni promesas, sino con diálogo real. No uno simbólico ni manipulado, sino genuino, transparente y valiente. Las protestas que se empiezan a ver en nuestras calles no nacen del capricho, sino del hartazgo ante un Estado que ha fallado una y otra vez. La corrupción, la impunidad, la deuda desbordada, las planillas infladas y las licitaciones sospechosas han deteriorado el vínculo entre gobernantes y gobernados.
El Gobierno debe entender que no todo el que protesta es un radical. Escuchar no es ceder, es gobernar con inteligencia. Y quienes protestan deben separar la realidad de las consignas populistas, para que la indignación no sea manipulada por intereses oportunistas. Como advirtió el arzobispo José Domingo Ulloa, este país necesita puentes de encuentro, no trincheras que nos dividan aún más.
La transparencia debe ser el lenguaje del Gobierno. La altura cívica, la herramienta de la ciudadanía. Lo que nos une debe ser más fuerte que lo que nos separa. El momento de actuar con madurez es ahora.