Entender el actuar de los actuales personeros que nos gobiernan frente al asunto del Canal de Panamá, así como los constantes descalificativos vertidos contra todo lo que suene a contradicción de lo dispuesto, es comprender que estamos ante un gobierno teocrático llegado al poder por la vía democrática.
Un ejemplo de ello es el memorándum de entendimiento firmado entre los Estados Unidos y Panamá, donde se afirma que no contradice el espíritu del Tratado de Neutralidad, ni viola nuestra soberanía, ni mucho menos títulos expresos de nuestra Constitución Nacional. Sin embargo, existen serias dudas sobre esta afirmación.
Este memorándum superó todo el engranaje diplomático panameño, ya que no existió un funcionario que diera fe de que los documentos firmados eran fiables, íntegros y que su contenido era exacto en ambos idiomas. Y no fue así: tuvo que ser publicado para que la ciudadanía pudiera constatar lo que se había firmado. Para ese momento, ya se había indicado que Panamá había solicitado a la embajada norteamericana incluir en el documento en inglés un fragmento presente en el texto en español, el cual evitaba, en este caso, desconocer la soberanía panameña sobre todo el territorio nacional.
Hace meses, el señor Presidente, ante la pregunta de una periodista sobre la necesidad de comprometer a otras naciones en contra de las intenciones del “águila del norte” de apoderarse del Canal, ripostó: “En la arena bilateral internacional yo no necesito compañeros de viaje para defender nuestro interés nacional...”, refiriéndose a las intenciones del gobierno del presidente Trump.
Meses después, tras la visita del secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, en Perú, afirmó: “Ese congreso aglutinador de voluntades citado por Bolívar debe llevarnos a la reflexión de que solo una América Latina integrada y unida tiene fuerza”.
Sí, se dio cuenta de que solo unidos con todos los países del orbe se puede lograr mucho.
Panamá mantiene fuertes lazos con el coloso del norte: nos une una historia en común y nos ata económicamente el dólar, de uso habitual en nuestro país. Quizás por ello podamos entender la actitud del señor Presidente que, pese a responder a la ideología que profesa el presidente Trump, no ha podido frenar ni contestar con la misma fuerza con la que enfrenta a periodistas y movimientos sociales frente a las oscuras —y no tan oscuras— intenciones norteamericanas sobre el Canal. Ellos no desean tener amigos cuando se trata de velar por sus intereses hegemónicos, y así lo han dejado claro en esta guerra económica emprendida por Trump contra aliados y no aliados en el mundo.
El Canal de Panamá fue dotado de un instrumento que debía asegurar su inviolabilidad: el Tratado de Neutralidad. Si se respetara íntegramente y contara con la firma de todas las naciones, hoy no debería estar en medio de esta asonada guerrerista entre potencias. Además, sería indefendible si consideramos el alcance que la tecnología ha puesto a disposición de los arsenales de guerra. Su integridad pasa por fortalecer el Tratado de Neutralidad, y el servicio exterior debe promover internacionalmente esta vía como garante de la paz.
Estamos, realmente, ante la primera intervención directa de un gobierno norteamericano en Panamá en este siglo. Y, a pesar de las diversas razones esgrimidas por las autoridades, este memorándum otorga o cede un espacio para que tropas norteamericanas vuelvan a instalarse en determinados sitios de defensa en Panamá.
Con ello, quizás se haya evitado un zarpazo más certero del águila del norte, pero sus verdaderas intenciones, anunciadas desde un principio, aún se mantienen latentes.
Hay que estar vigilantes ante estas nuevas asonadas destinadas a menoscabar la soberanía nacional y apropiarse del principal recurso de los panameños: su posición geográfica y el Canal de Panamá.
El autor es periodista independiente.