La educación pública, pilar fundamental de toda sociedad que aspire al progreso y la equidad, ha sido objeto de profunda reflexión por parte de filósofos a lo largo de la historia. Sus ideas, aunque nacidas en contextos distintos, resuenan con particular fuerza en la realidad panameña actual, y ofrecen valiosas perspectivas sobre cómo fortalecer y reimaginar nuestro sistema educativo para el beneficio de todos.
Desde la antigüedad clásica, pensadores como Platón vislumbraron la educación como un proceso esencial para cultivar ciudadanos virtuosos, capaces de contribuir al bienestar de la polis. En La República, argumentaba que la educación no debía ser un privilegio de unos pocos, sino una responsabilidad del Estado, orientada a formar individuos con las habilidades y el carácter necesarios para una sociedad justa y armoniosa. Esta visión subraya la educación pública como un bien común, accesible a todos, independientemente de su origen social o económico.
Aristóteles, discípulo de Platón, también enfatizó el papel de la educación en el desarrollo del potencial humano y la formación de ciudadanos responsables. Para él, la educación no solo transmitía conocimientos, sino que también cultivaba la razón práctica y la capacidad de tomar decisiones éticas. Esta perspectiva nos recuerda la necesidad de una educación pública en Panamá que vaya más allá de la instrucción memorística y fomente el pensamiento crítico y la autonomía moral de los estudiantes.
Durante la Ilustración, figuras como Rousseau abogaron por una educación que liberara al individuo de la ignorancia y la superstición. Rousseau creía en la bondad inherente del ser humano y veía en la educación un medio para desarrollar su potencial y formar ciudadanos libres y participativos. Su énfasis en la experiencia y el aprendizaje práctico tiene implicaciones directas para la necesidad de metodologías pedagógicas innovadoras y relevantes en las aulas panameñas.
John Dewey, influyente filósofo del siglo XX, concibió la educación como un proceso intrínsecamente ligado a la vida social y la democracia. Para él, la escuela no era simplemente un lugar para adquirir conocimientos, sino un espacio para aprender a vivir en comunidad, colaborar y participar activamente en la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Su visión resalta la importancia de una educación pública en Panamá que fomente la ciudadanía activa, el respeto por la diversidad y la capacidad de trabajar en equipo.
¿Cómo se aplican estas ideas filosóficas al contexto panameño actual?
En primer lugar, la visión de Platón nos recuerda la urgencia de garantizar el acceso equitativo a una educación pública de calidad para todos los niños y jóvenes del país. Esto implica cerrar las brechas entre las escuelas urbanas y rurales, invertir en infraestructura adecuada, dotar a los centros educativos de los recursos necesarios y asegurar que ningún estudiante quede rezagado por razones socioeconómicas.
La perspectiva de Aristóteles subraya la necesidad de un currículo que supere la mera transmisión de información. Debemos fomentar el desarrollo del pensamiento crítico, la resolución de problemas, la creatividad y las habilidades socioemocionales, para preparar a los estudiantes ante los desafíos del siglo XXI y su participación ciudadana de forma informada y responsable.
La visión de Rousseau invita a repensar las metodologías pedagógicas en las aulas panameñas. Promover el aprendizaje activo, la indagación, la experimentación y la conexión del conocimiento con la vida cotidiana puede hacer la educación más significativa y atractiva, despertando la curiosidad y el deseo de aprender.
Finalmente, la filosofía de Dewey nos recuerda la importancia de formar ciudadanos democráticos y comprometidos. Esto exige fomentar el debate respetuoso, la participación estudiantil en la vida escolar, el aprendizaje colaborativo y la comprensión de los valores cívicos fundamentales para una sociedad plural y democrática.
En resumen, las reflexiones filosóficas sobre la educación pública ofrecen una guía valiosa para Panamá. Nos recuerdan que educar no es simplemente brindar un servicio, sino garantizar un derecho fundamental y hacer una inversión crucial en el futuro del país. Al sembrar sabiduría colectiva en las mentes jóvenes, al garantizar la equidad, al fomentar el pensamiento crítico y promover una ciudadanía activa, Panamá puede construir un sistema educativo público que empodere a sus ciudadanos y contribuya a una sociedad más justa, próspera y democrática. La tarea es desafiante, pero la recompensa de una ciudadanía educada y comprometida es incalculable.
La autora es profesora de filosofía.