Nota del editor: Durante las décadas de 1990 hasta entrada la de 2010 La Prensa publicó cientos de artículos de contenido histórico. Los últimos tres años la edición estuvo a cargo de Ricardo López Arias. En las próximas semanas publicaremos nuevamente algunos artículos por considerarlos de interés general. En esta primera entrega (La historia fuera de las aulas), se explica el criterio seguido por el editor en la selección de los temas.
Llevar la historia fuera de las aulas es una tarea necesaria, entre otras importantes razones, porque cada cinco años elegimos gobernantes que ejemplifican una y otra vez lo que ciertos historiadores describen como un fenómeno recurrente de Panamá desde tiempos de la colonia: la corrupción institucional. Aunque algunos prefieren no escribir sobre el tema, la omisión puede ser rectificada con lo que otros publican. De ese modo se puede resguardar los intereses del lector, al menos parcialmente.
Dos fenómenos notables de nuestros días conspiran simultáneamente para producir efectos sociales perniciosos. Uno, el relativo aislamiento de los historiadores académicos de lectores no especializados. El otro, las deplorables consecuencias de la frenética actividad laboral y social que dificulta a demasiadas personas el acceso a los trabajos de historiadores y, en consecuencia, las deja expuestas a publicaciones en toda clase de medios en que la consideración de las fuentes es una cuestión secundaria o en que el propósito radica en dar vida perdurable a mitos con cadencia litúrgica. Y todos sabemos que el mito es una mentira fabricada para hacer propaganda. Los inventan las Iglesias, los políticos, los familiares y a veces también, algunos profesores universitarios para quienes el proyecto político-ideológico reclama prioridad.
Resulta bastante obvio que si el trabajo de los historiadores no alcanza a un sector amplio, se produce un vacío intelectual; se niega a la sociedad en general la oportunidad de recibir el producto del trabajo de personas que han dedicado ingentes esfuerzos a instruirse; que han consagrado la mayor parte de sus vidas a investigar. El resultado es que la sociedad queda a merced de lo que ofrecen publicaciones no siempre compatibles con un interés más fundamental: la verdad histórica, sea agradable o desagradable. Aunque es preciso reconocer que el concepto de verdad histórica es problemático, al menos puede valer para indicar mi orientación.
Al llevar la historia a la comunidad mediante artículos de breve extensión en Raíces no se asume que la historia debe prescribir reglas de conducta, o de que es preciso conocerla para no repetir errores, para glorificar, agraviar o desagraviar personajes, para predecir el futuro o para prestar un servicio edificante. Para mí, el conocimiento de la historia interesa principalmente por el grado de información y lucidez que puede proveer al lector atento para auxiliarlo en el análisis y comprensión de la realidad. Un corolario de esta postura es que en Raíces no atribuyo la preeminencia de alguna concepción de la historia. Tampoco le concedo un carácter teleológico; es decir, orientada hacia un cierto fin, sea natural o sobrenatural. Lo que asum,o en cambio, es que se puede favorecer al lector si se despliegan diversas concepciones e interpretaciones de la historia, implícitas en trabajos de autores profesionales, preferiblemente de los que han llevado sus estudios hasta el grado de doctorado. Otro corolario que podría inferirse es que Raíces no está al servicio de amigos, familiares ni ideologías. He llegado a publicar artículos que describen actuaciones de antepasados míos en una perspectiva crítica.
No puede esperarse que estos artículos compensen plenamente. Los lectores deben tener presente que no hay historia objetiva ni completa. Mucho menos en artículos de 900 palabras. Al escribir, ningún autor puede prescindir completamente de su concepción del mundo, de la naturaleza humana, de la sociedad, ni siquiera de su ideología. No obstante, lo primordial es el uso y crítica de las fuentes, especialmente las documentales; la aptitud del historiador para mantenerse en guardia contra las posibles deformaciones producidas por sus inclinaciones y gustos personales o afinidades familiares, un quehacer para el que han sido adiestrados en las universidades. En los historiadores más competentes, el examen crítico de las fuentes es una ocupación tan natural como dormir y comer.
En este punto hay que tener en cuenta, además, que ningún historiador puede abarcar todas las fuentes primarias, por ello acuden también a trabajos de otros historiadores, una tarea para la cual los investigadores académicos están adecuadamente informados y al día de la literatura secundaria más significativa disponible. La otra cuestión, la de la interpretación, es más subjetiva naturalmente y, por tanto, puede provocar más discusión. El lector debe tener presente este hecho y alguna información sobre el autor.
Desde que inició la publicación de la segunda época de Raíces, he corroborado la importancia de cuestionar los mitos, especialmente los que divulgan con ánimo exaltado, no muy distinto al religioso, algunos sectores políticos o familiares. Algunas reacciones han sido descomedidas y han originado réplicas severas, pero necesarias porque un editor no puede permanecer impasible a los intentos de desacreditar con ataques personales a participantes en Raíces, especialmente si son investigadores respetados por la comunidad académica donde no hay sitio para el arrebato, la insolencia o la arrogancia del diletante.
He publicado artículos de autores académicos panameños, norteamericanos, canadienses, españoles. Con cierto grado de sorpresa he advertido lo arraigada y generalizada que se encuentra la noción –o conclusión- de que en Panamá la corrupción está institucionalizada. Así, por ejemplo, en los trabajos de Patricia Pizzurno, Celestino Araúz, Steve Ropp y Mathew Scalena, todos ellos investigadores a tiempo completo que laboran en Panamá, Estados Unidos y Canadá.
Por último, sostengo que la función principal de Raíces no consiste en construir identidades o respetar tradiciones. Las tradiciones pueden revisarse si se descubre en ellas la presencia del mito o del carácter puramente edificador o patriotero. Estamos constantemente expuestos a la labor de sectores interesados en perseguir estos objetivos. La intoxicación de patriotismo o de nacionalismo no contribuye a la comprensión de la historia, a entender cómo Panamá ha llegado a ser lo que es hoy. Los giros altisonantes pueden repicar seductoramente al oído, pero no aportan a la comprensión de la historia. Por ello, la divulgación de ensayos de 900 palabras, producidos por académicos nacionales o extranjeros, en que la diversidad es considerada una exigencia fundamental, puede cumplir una función útil que Raíces intenta desempeñar: llevar la historia fuera de las aulas.
El autor es doctor en filosofía y fue editor de la página ‘Raíces’.