El hogar es el cimiento de nuestra formación. Es allí donde se construyen los valores, se adquieren los conocimientos esenciales para la vida y se recibe el amor, así como las herramientas necesarias para enfrentar el mundo. Este proceso es universal: aplica a cada niño, tenga o no una discapacidad. Sin embargo, mi experiencia personal —y la de personas cercanas— me ha revelado una realidad innegable: los niños, e incluso los adultos con discapacidad, suelen ser víctimas de la sobreprotección.
Lejos de empoderar al individuo con una condición, esta sobreprotección lo debilita. Siembra inseguridades, impacta negativamente su autoconfianza y, en última instancia, coarta su autonomía. ¿Cómo esperar que un joven elija una carrera universitaria, algo tan fundamental para su futuro, si nunca se le ha permitido tomar decisiones básicas en casa? Algo tan simple como decidir qué ropa ponerse cada día se convierte en un obstáculo si siempre han decidido por él.
Entiendo que ciertas condiciones requieren un mayor grado de apoyo. En mi caso, como persona con discapacidad visual, necesito orientación con los colores y las combinaciones. Sin embargo, mi memoria visual me permite hacer mis propias elecciones mentales. Además, siempre podemos consultar a personas de confianza (“¿Se ve bien esto?”) y, gracias a la tecnología, combinar prendas es ahora mucho más sencillo. Como siempre digo, la clave para el éxito de una persona con discapacidad es ser autodidacta.
Considero que la sobreprotección es un fenómeno aún más acentuado en las mujeres con discapacidad, especialmente si provienen de zonas rurales. Es crucial diferenciar entre cuidar y sobreproteger. Cuidar es brindar apoyo y seguridad; sobreproteger es limitar y “cortar las alas”. Es fundamental comprender esta distinción.
Una persona con discapacidad es, ante todo, una persona con derechos y deberes. El hogar debe ser el primer espacio donde reciba el estímulo y el impulso necesarios para desarrollarse plenamente en todas las facetas que elija. La verdadera inclusión en otros ámbitos de la vida solo será posible si se fomenta primero en el núcleo familiar.
Otro punto crucial ligado al seno familiar de una persona con discapacidad es el impacto de un diagnóstico médico. Sin duda, recibir esta noticia puede desestabilizar un hogar. Si la pareja no está fortalecida, pueden surgir conflictos. En estos casos, el diálogo constante y la búsqueda de las mejores alternativas para el ser querido diagnosticado son esenciales.
Mamás, papás, hermanos, tíos, abuelos, primos y cuidadores: cuiden sin anular. Caerse, equivocarse, ser rechazado y experimentar otras dificultades son parte inherente de la vida. Pero con las herramientas que ustedes puedan proporcionar a su hijo, hermano, padre, madre, primo o nieto con discapacidad, él o ella podrá defenderse y valerse por sí mismo. La familia no es eterna, y surge una pregunta fundamental para la reflexión: ¿cómo se desenvolverá ese individuo con discapacidad cuando ustedes ya no estén?
La autora es periodista y entrenadora.