La Segunda Guerra Mundial y los demagogos disfrazados

La Gran Guerra de Europa, después rebautizada como Primera Guerra Mundial, fue “la guerra de los imperios”, desatada por una compleja red de alianzas, nacionalismos, rivalidades imperiales y militarismo, que explotó tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando. Aunque el expansionismo de las potencias imperiales jugó un papel, no fue solo una guerra promovida por los emperadores de Alemania y Austria-Hungría ni por el zar de Rusia. Los tres perdieron sus coronas; el zar, además, perdió la vida.

Es inexacto afirmar que la Segunda Guerra Mundial —cuyo final, ocurrido hace 80 años, se conmemora este 2025— fue “la guerra de las democracias contra el fascismo”. La dictadura comunista de la Unión Soviética, bajo el mando de Stalin, fue inicialmente aliada de la Alemania nazi mediante el pacto de no agresión firmado por Hitler y Stalin en 1939. Ambas dictaduras invadieron Polonia y se repartieron su territorio. La URSS también atacó Finlandia en 1939, desatando la Guerra de Invierno, pero debió conformarse con una paz negociada y la anexión parcial de territorio tras una valiente resistencia finlandesa. Finlandia se había independizado de Rusia en 1917, tras la revolución bolchevique.

En 1941, Hitler, un ex cabo austríaco sin formación académica, que logró subordinar a las élites políticas, militares e industriales alemanas, decidió —contra toda lógica estratégica— invadir la URSS, que hasta entonces le suministraba recursos esenciales. Los graves errores del alto mando alemán y su obediencia ciega al Führer aceleraron la derrota nazi. Frente al riesgo de que la URSS cayera por completo, Gran Bretaña y Estados Unidos decidieron ayudar a Stalin con millones de toneladas de alimentos, armamento y equipos. Sin esta ayuda, la URSS difícilmente habría resistido el embate nazi. La victoria soviética, frecuentemente exaltada como heroica, fue en realidad parte de un esfuerzo colectivo. Las enormes bajas del Ejército Rojo reflejan tanto sacrificio como fallas estratégicas, tácticas y logísticas.

Mientras tanto, Estados Unidos luchaba en el Pacífico sin apoyo soviético, derrotando al Imperio japonés. La URSS solo intervino en ese frente en agosto de 1945, cuando Japón ya estaba debilitado por las bombas atómicas y la presión aliada. Aunque su ofensiva aceleró la rendición japonesa, la campaña del Pacífico fue liderada por Estados Unidos y sus aliados.

Otra ficción es considerar a Francia una potencia vencedora. Tras rendirse en 1940, fue dividida entre ocupación nazi directa y el régimen colaboracionista de Vichy. La llamada Francia Libre, liderada por De Gaulle, sí participó en la liberación, pero su rol fue menor. Aun así, por razones políticas y simbólicas, Francia fue incluida como potencia ocupante de Alemania.

La Segunda Guerra Mundial fue desatada por regímenes totalitarios y expansionistas: la Alemania nazi, la Italia fascista y la Unión Soviética de Stalin. Este último cambió de bando tras ser agredido por su antigua aliada.

Adolf Hitler fue un austríaco sin profesión ni estudios universitarios. Participó como cabo en la Primera Guerra Mundial y luego fue informante del ejército alemán en la República de Weimar. Infiltrado en el Partido de los Trabajadores Alemanes, lo transformó en el Partido Nazi. Aunque enemigo declarado del comunismo, conservó el término “socialista” en su nombre para atraer a las clases trabajadoras. Hitler imitó a Mussolini en propaganda, estructura de partido y estética, y recibió apoyo de industriales y banqueros como dique contra el comunismo. El nazismo fue un fascismo racializado, reforzado por ideas distorsionadas de Nietzsche, cuya obra fue manipulada por su hermana simpatizante del régimen.

Benito Mussolini, hijo de un herrero socialista y una maestra católica, fue maestro, periodista y líder del Partido Socialista Italiano, hasta romper con Moscú y fundar el fascismo. En 1922 llegó al poder aprovechando el malestar italiano tras la Primera Guerra Mundial. Fue pionero en el uso de la radio como herramienta política y organizó el partido fascista con estructura militar. Tras la invasión aliada de Italia en 1943, quedó reducido a jefe títere de la República de Saló bajo control nazi. Fue ejecutado por partisanos en 1945.

Tanto Mussolini como Hitler usaron la democracia para destruirla. Fueron derrotados por sus crímenes: uno ejecutado, el otro suicidado. Stalin, en cambio, murió impune y por causas naturales, tras consolidar una dictadura totalitaria que suprimió toda forma de democracia.

¿Por qué “demagogos disfrazados”?

Porque Mussolini, periodista y político profesional, se disfrazó de militar y se proclamó Primer Mariscal del Imperio.Porque Hitler, imitador compulsivo, adoptó la pose de Führer militar y vistió de uniforme, al igual que sus camisas pardas, emulando a los camisas negras de Mussolini.Porque Stalin, ex seminarista georgiano y bolchevique, se autoproclamó Mariscal de la URSS, comandante supremo del Ejército Rojo, y se hizo retratar como figura militar imponente.

Hoy, muchos demagogos —de cualquier pelaje— se disfrazan: de demócratas, de revolucionarios, de predicadores o de filántropos. Su objetivo sigue siendo el mismo: destruir la democracia para perpetuarse en el poder y enriquecerse a costa del pueblo.

El autor es abogado.


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