El estado de tensión entre Rusia y los países europeos tiene profundas raíces históricas. Conocerlas es clave para poner en contexto la dinámica actual. Las diferencias entre la mayoría de Europa y Rusia se cimentan, en primera instancia, en factores étnicos y culturales desarrollados a lo largo de miles de años. El ruso es uno de los pueblos eslavos provenientes de las estepas centroasiáticas, que migraron a Europa oriental a partir del siglo VI. En cambio, los ocupantes de la Europa occidental y central son descendientes del mestizaje entre celtas, romanos y diversas tribus germánicas.
Los antepasados eslavos de los rusos se establecieron en las planicies al norte del Cáucaso y se consolidaron políticamente en torno a los varegos: grupos de comerciantes escandinavos que navegaban los ríos que se extendían desde el norte europeo hasta el mar Negro para comerciar con el mundo bizantino y musulmán. Resulta irónico que el primer reino de los rusos tuviera como capital a Kiev, hoy capital de Ucrania.
Con el transcurrir de la Edad Media, en Europa occidental y central se desarrollaron instituciones sociales y culturales relativamente homogéneas. Por ello, sus habitantes consideraban a los pueblos eslavos en general, y a los rusos en particular, como bárbaros. Una diferencia crucial se dio en el campo religioso: los rusos y otros pueblos eslavos se convirtieron al cristianismo a través de la Iglesia ortodoxa griega, mientras que los europeos occidentales fueron evangelizados por la Iglesia católica. A esto se sumaron otras diferencias, como el uso del alfabeto cirílico en el caso ruso, frente al latino empleado en el mundo occidental. Incluso hoy, la Iglesia ortodoxa rusa sigue rigiéndose por el calendario juliano, que fue reemplazado por el calendario gregoriano en Europa en 1582.
Tras siglos de inestabilidad social marcados por invasiones de pueblos ávaros, mongoles y tártaros, así como guerras civiles entre los boyardos (nobles feudales), Rusia logró estabilizarse e inició su expansión territorial en el siglo XVII. Primero conquistó territorios en Europa oriental que pertenecían a dos grandes potencias regionales: los reinos de Polonia-Lituania y Suecia. Estas anexiones acercaron a Rusia a las sociedades europeas más avanzadas y le dieron acceso al comercio en el mar Báltico.
Durante una de estas expansiones, Rusia se apoderó de gran parte de la actual Ucrania, incluida la península de Crimea, habitada entonces por tribus tártaras. En ese periodo, el zar Pedro el Grande fundó San Petersburgo, sobre el mar Báltico, e introdujo en Rusia reformas administrativas, técnicas modernas y estructuras culturales provenientes de Europa occidental.
En el siglo XVIII, Rusia participó en los principales conflictos bélicos europeos, como la guerra de Sucesión Austriaca (1740-1748) y la guerra de los Siete Años (1756-1763), influyendo decisivamente en el equilibrio de poder. A fines de ese siglo, en alianza con Prusia y Austria, Rusia procedió a la partición de Polonia, desapareciendo a esta como entidad soberana del mapa europeo.
Durante las guerras napoleónicas de inicios del siglo XIX, Rusia pasó de ser enemiga de Francia a aliarse con ella dentro del sistema de bloqueo comercial contra Inglaterra, el único poder europeo no controlado por Napoleón. Cuando Rusia incumplió el pacto, Napoleón la invadió con el mayor ejército multinacional de la historia hasta entonces. Tras numerosas batallas y la táctica rusa de tierra quemada, los franceses encontraron Moscú en llamas. El crudo invierno y la ruptura de la cadena de suministros provocaron la desintegración del ejército napoleónico. Rusia lanzó una contraofensiva que culminó con la entrada de las tropas del zar Alejandro I en París.
Consolidado su poder en el nuevo orden surgido del Congreso de Viena, Rusia continuó su expansión durante el siglo XIX por el mar Negro y Asia Central, en sucesivos conflictos con el decadente Imperio otomano. Entre estos destaca la guerra de Crimea, donde los otomanos contaron con el apoyo militar de Francia y Gran Bretaña.
Estas expansiones dieron pie a tensiones con Inglaterra, que temía por su ruta al canal de Suez y el acceso a sus colonias en India y Hong Kong. Para los británicos, esta rivalidad era El Gran Juego; los rusos la llamaban El Torneo de las Sombras.
El autor es abogado.