“Hay dos clases de verdades: la verdad lógica y la verdad agradable”. Con esa frase, Omar Torrijos firmó en 1977 los Tratados Torrijos-Carter, que devolvieron a Panamá el control del Canal. Fue un tratado imperfecto, sí, pero logró lo impensable: que la mayor potencia del mundo, en plena Guerra Fría, accediera a devolvernos lo que era nuestro.
Pero en honor a esa “verdad lógica” de la que hablaba Torrijos, él mismo expresó su inconformidad con el tratado de neutralidad, al que calificó como un paraguas del Pentágono. Advirtió que su futuro dependía de buenos gobernantes, tanto en Estados Unidos como en Panamá, para mantenerlo lo más cerrado posible.
Lamentablemente, ese día llegó. Y fue un presidente volátil como Donald Trump quien decidió abrir ese paraguas. No rompió el tratado. Al contrario, simplemente honró, al pie de la letra, lo que se firmó en 1977.
Ahora, en el presente, la relación de Estados Unidos con Panamá parece estar cimentada sobre la desconfianza: que si hay presencia militar china, que si perdimos el control del Canal, que si estamos infiltrados por intereses oscuros. En ese contexto, Washington ha decidido mostrarse firme con nosotros. Y nos guste o no, poco podemos hacer.
Aquí aparece la “verdad agradable”, la que nos invita a gritar: “¡Rompamos relaciones!”, “¡Pongamos aranceles!”, “¡Pidamos ayuda a China!”. Es lo que muchos quieren oír. Pero no va a pasar. Porque así no funciona el mundo. Y mucho menos un país tan pequeño como el nuestro, que depende profundamente de su relación con Estados Unidos.
Por eso conviene enfriar los ánimos, tomar distancia y ver los hechos con claridad. No dejarse llevar por lo que gritan en las calles o en redes sociales figuras con intereses propios, como Saúl Méndez o Ricardo Alberto Lombana, quienes convenientemente ahora se acuerdan de su patriotismo.
¿Vuelven las bases?
Quienes viven en Panamá Pacífico saben que ahí entran y salen decenas de jets, Black Hawks, Chinooks y otras aeronaves militares estadounidenses. No es nuevo. Desde hace años Panamá mantiene una cooperación militar con Estados Unidos, enfocada en lucha contra el narcotráfico, capacitación y asistencia. Nos guste o no, es nuestro aliado estratégico.
El memorando de entendimiento firmado recientemente simplemente formaliza algo que ya ocurre: ejercicios conjuntos, presencia temporal de personal en instalaciones del Senan (Howard, Sherman y Rodman) y fortalecimiento de la cooperación. Lo demás —el ruido mediático, las contradicciones de los funcionarios estadounidenses— forma parte de una narrativa de fuerza y control que poco tiene que ver con nosotros, pero en la que estamos atrapados.
¿Pasarán gratis los buques de guerra?
Aquí hay que ir al texto del Tratado de Neutralidad. En su artículo 6 se establece que las naves militares y auxiliares de EUA y Panamá tendrán paso expedito por el Canal, en reconocimiento a su papel en su construcción y operación. Eso está vigente desde 1977. No lo inventó el actual presidente ni el secretario de Defensa de EUA. Ya es ley.
Lo que ha cambiado es la forma de pago. El nuevo acuerdo busca establecer un marco para que, en vez de pagar directamente los peajes, se compense con entrenamiento, equipos o asistencia técnica. ¿Cuánto dejaría de percibir el Canal? Nada. El valor sería canjeado por servicios. ¿Es lo ideal? No. ¿Es un despojo? Tampoco.
Para dimensionar: el costo anual de tránsito de buques de guerra estadounidenses ronda un millón de dólares. Para EUA, eso es insignificante. Y para el Canal, apenas una gota en el océano de sus ingresos. El escándalo, entonces, no es económico. Es simbólico. Y ese simbolismo es precisamente el mensaje de fuerza que EUA quiere enviar al mundo.
Entonces, ¿qué hacemos?
Nos indigna, claro. Suena humillante. Pero el camino no está en discursos vacíos ni en golpes de pecho tardíos. Como dijo Torrijos, el futuro del Canal depende de tener gobernantes a la altura. Canalicemos esta efervescencia patriótica para exigir instituciones que funcionen: diputados que legislen, no que se dediquen a limpiar aceras; jueces que fallen con celeridad y valentía; partidos que dejen de parir mesías de cinco años, más enfocados en redes sociales que en reformas reales.
Nada de esto justifica la actitud de Washington. Pero sí nos recuerda algo esencial: la soberanía no se grita, se construye. Se fortalece con instituciones serias, con liderazgo firme, con ciudadanía vigilante. Lo demás es teatro.
Omar Torrijos logró lo impensable en 1977. Pero ningún logro de ese tamaño viene gratis. Hoy nos están cobrando. Lo que nos toca ahora es estar a la altura.
El autor es periodista.