La política panameña, siempre vibrante y a menudo impredecible, se ha visto sacudida en los últimos días por una serie de acontecimientos que han puesto en jaque la estabilidad de la coalición Vamos. La renuncia de varios diputados electos de este grupo, que emergió como una fuerza disruptiva y prometedora en las pasadas elecciones, no es solo un titular más: es un síntoma preocupante de las tensiones internas, las ambiciones personales y las dificultades inherentes a la construcción de consensos en un sistema multipartidista.
Recordemos que Vamos irrumpió en el escenario político con un mensaje de renovación, transparencia y una aparente voluntad de trascender las viejas prácticas. Su éxito en las urnas, impulsado en gran medida por una ciudadanía hastiada de los partidos tradicionales, generó expectativas significativas. Se les veía como portadores de una nueva forma de hacer política, más cercana al ciudadano y menos apegada a los intereses de las cúpulas. Sin embargo, las recientes deserciones plantean interrogantes legítimos sobre la solidez de sus cimientos y la viabilidad de sus postulados.
¿Qué impulsa a un diputado a renunciar a la coalición bajo la cual fue elegido, apenas a un año de asumir su curul? Las razones aducidas suelen ser diversas: diferencias ideológicas, desacuerdos sobre la dirección del grupo, incumplimiento de acuerdos internos o, en el peor de los casos, la búsqueda de beneficios o espacios de poder en otras bancadas. Sea cual fuere la motivación específica, lo que está sucediendo en Vamos sugiere que las promesas de unidad y propósito común no eran tan firmes como se proyectaba.
Estas renuncias no son meros cambios de camiseta; tienen implicaciones profundas para la gobernabilidad y la representación democrática. En primer lugar, debilitan la capacidad de la coalición para articular una agenda legislativa coherente y negociar con otras fuerzas políticas. Cada diputado que se va reduce el peso numérico de la coalición en la Asamblea Nacional, limitando su influencia en la aprobación de leyes y la conformación de comisiones.
En segundo lugar, generan desconfianza entre el electorado. Los ciudadanos que votaron por Vamos esperaban que sus representantes trabajaran en conjunto para impulsar los cambios prometidos. Ver a estos diputados abandonar el barco tan pronto puede interpretarse como una traición a la confianza depositada y refuerza la percepción de que la política es un juego de intereses personales, donde los principios son maleables y las lealtades efímeras. Esta desilusión puede contribuir a la apatía electoral y al alejamiento de la ciudadanía de los procesos democráticos.
Este es un momento crítico. La coalición necesita urgentemente hacer una autoevaluación profunda, identificar las causas estructurales de estas deserciones y tomar medidas correctivas. Esto podría implicar una redefinición de sus principios, una mayor claridad en sus acuerdos internos y, quizás lo más importante, una comunicación transparente con la ciudadanía sobre los desafíos que enfrenta. La crisis interna podría ser una oportunidad para fortalecerse, depurar sus filas y reafirmar su compromiso con los ideales que los llevaron al éxito electoral.
Para el país, las fisuras en Vamos son un recordatorio de la complejidad de la construcción de alianzas políticas duraderas y efectivas. En una Asamblea Nacional fragmentada, la capacidad de los grupos para mantener la cohesión interna es fundamental para la estabilidad y la gobernabilidad.
Maquiavelo, en su obra El Príncipe, plantea que “la negociación y la astucia son herramientas necesarias para gobernar, incluso si implican acciones que no son consideradas moralmente correctas. No se limita a la idea de que el fin justifica los medios, sino que considera que el gobernante debe tener la capacidad de reconocer y actuar ante las circunstancias, siendo flexible y adaptándose a las situaciones”.
¿Una coalición prometedora llega a su fin o se transforma para un nuevo comienzo?
El autor es abogado.