El país convulsiona: Huelgas, protestas, el virtual desmantelamiento de la cúpula del sindicato más beligerante del país, una economía estancada, desempleo que promete aumentar y un futuro más preocupante que optimista. El presidente Mulino, en su habitual rueda de prensa, dio por terminado el “asunto Suntracs”, y ahora, junto a la ministra de Educación, busca terminar la huelga de los educadores. No hay duda de que es optimista.
Entre tanto, los diplomáticos acreditados en nuestro país, en especial, los de Latinoamérica, deben estar preparados para ver más saltos de bardas, ya que se puso de moda el refugio diplomático, burda manera de escapar a la rendición de cuentas. Primero, el expresidente Martinelli, y ahora, el secretario general de Suntracs, Saúl Méndez. Uno por condena en firme, el otro por ¿prevención? Si no escapan, se esconden o se refugian en una embajada, la dirigencia de Suntracs estará presa en pocos días.
¿Pero tenerlos a todos tras las rejas es garantía de paz social? Eso es como buscar la fiebre en la sábana. A finales de la década de 1980, el reclamo de una democracia creció más que nunca. La chispa que desencadenó el infierno para los militares fue una creciente crisis económica que puso a todo el país en las calles. Ese descontento fue en gran parte aprovechado por los políticos de entonces para tratar de llegar al poder por vía de las urnas… y tuvieron éxito, solo que los militares no soltarían el poder así de fácil. Si bien tenían menos votos, tenían más balas. Pero, con todo en contra (muertos, heridos encarcelados, exiliados), los ciudadanos no dejaron las calles. Pelearon hasta que los soldados norteamericanos terminaron lo que habían empezado.
Cuando ya no se tiene que perder, enfrentarse a los perdigones, a riesgo de quedar herido o tendido en la calle, no es suficiente disuasivo. Todo esto lo digo porque, desgraciadamente, la historia en este país se repite con demasiada frecuencia. Sufrimos una crisis social que tiene sus raíces, precisamente, en donde más le duele al panameño: el bolsillo, padecimiento que durante la campaña electoral, el hoy presidente prometió sanar con abundante “chen chen”. Y claro, ahora sus electores le reclaman con piedras y cierres de calle que haga honor a su palabra. Mientras tanto, el resto del país espera los prometidos empleos que no llegan, truncando así sus sueños. Irónicamente, los únicos que prosperan en este mar de desdichas y mediocridad política son los ladrones de turno.
No vayamos lejos. El pasado jueves, mientras el presidente advertía de despidos masivos de trabajadores en huelga de las bananeras de Bocas del Toro, en la Comisión de Presupuesto de la Asamblea Nacional, el contralor era objeto de un abierto chantaje por parte de los diputados: Si quieres un traslado de partida, le pagas a los casi 100 funcionarios legislativos que no han recibido su salario. Poco después, los comisionados aprobaron –por unanimidad– el traslado del dinero. Obviamente, la presión surtió efecto.
Y, aunque parezca poco, sin el primer paso no se hace camino al andar. También esta semana discutían una modificación legislativa para permitir que los suplentes de diputado puedan ser empleados en la Asamblea, concretando así el sueño de tener un trabajo. Pero si esos suplentes son tan capaces, ¿por qué no consiguen empleo en la empresa privada? ¿Por qué siempre en el Gobierno? Algo sabrán hacer, pero solo quieren estar en la Asamblea. ¿Porqué? Dos dedos de frente nos dicen que la mediocridad busca la plata fácil, impunidad y protección. Son los amados hijos, no de la patria, sino de la papa.
Olvidan que todos los pueden ver. Muchos saben dónde viven hoy… y dónde antes… Andaban casi a pie, pero ahora van en carros tan finos que, si un profesor quiere comprarse uno, debe ahorrar completito el salario de diez años, mientras ellos se los compran en el primer mes en la Asamblea. Estamos al tanto de su repentina riqueza y de sus descaradas mentiras en redes, medios y, especialmente, en la campaña electoral.
Y mientras ellos se den la gran vida, sus familias, copartidarios y amigos; mientras nos restriegan en el rostro su nueva vida de lujos y despilfarro, crean presión sobre un electorado harto de ser la columna que sostiene el castillo de su codicia. Para una crisis de ese tipo, sobran Saúl y Genaro. Solo hay que repasar la historia reciente, de la que fue protagonista el propio presidente de la República. Y eso es subestimar la espontaneidad.