Los MAGA

Los MAGA
El empresario estadounidense y empleado especial del gobierno estadounidense, Elon Musk (i), con su hijo, y el presidente estadounidense, Donald J. Trump, hablan con los medios en la Oficina Oval de la Casa Blanca. EFE

Como la canción de Mecano que invoca un amor parecido a un cuadro de bifrontismo, que solo da una faz, el asunto del extremismo libertario-MAGA, racista y supremacista cultural, que controla el poder en Estados Unidos, es también como un cuadro de Georges Braque que ofrece varios frentes de la realidad. Siempre será de utilidad ofrecer una mirada global que ayude a tratar de entender tal acertijo visual.

De inicio, es importante que se valore que el tema MAGA ni es de reciente creación ni se limita a la figura de Trump. También es de justicia recordar que la simpatía y afiliación al Partido Republicano tradicional no siempre fue, como hoy, sinónimo de ser MAGA (acrónimo de “Make America Great Again”). De hecho, el Partido Republicano tradicional ha sido una de las grandes víctimas de los MAGA.

Como bien ha explicado John Ganz (When the Clock Broke, Farrar, Straus and Giroux, 2024), la radicalización ultraderechista de los conservadores de Estados Unidos es un proceso cuyo inicio se remonta, al menos, a la década de 1990, cuando el resultado del gobierno Reagan, aunque creó mucha riqueza, dejó más pobre a la clase trabajadora blanca.

Esa especie de traición generó giros más hacia la derecha, incluyendo ideas religiosas. La solución blanca radicalizada se veía en la vuelta a la tradición y en una lectura simplificada y excluyente de lo que ellos llaman los “valores americanos”. Creyeron haber perdido la “pureza” del país y fueron surgiendo sectas restauradoras dentro y fuera del Partido Republicano.

El caso Pat Buchanan es un buen ejemplo. En 1992, Buchanan retó en las primarias al candidato del “establishment” republicano, el presidente George H. W. Bush. El discurso de Buchanan colocaba a Bush como un hombre débil frente al Congreso.

Buchanan se ofrecía como un republicano más radical y duro, con un plan dramático y como un líder que iba realmente a pelear contra los políticos tradicionales de Washington, para rebajar impuestos, congelar gastos federales y devolver a Estados Unidos miles de empleos industriales porque, según decía, el país estaba perdiendo la batalla industrial frente a los japoneses en áreas como autos, TV, reproductoras de video casero, radios, supercomputadoras y otras tecnologías.

Cualquier parecido con el discurso de Trump no es pura coincidencia. Quiten Japón y pongan China, y la similitud es grande. Y si quieren sentirse más en ambiente, recordemos el lema de campaña de Buchanan: “Make America First Again”.

Buchanan perdió frente a Bush, y este frente a Clinton en 1992, pero el discurso radical del primero, todavía minoritario, siguió creciendo en los años siguientes.

Con Clinton, se fortalece el libre comercio y el impacto global de internet. Estados Unidos apostó a que dominaría los mercados con aranceles bajos y la guerra de información en la red. Luego de frenar a Japón, el país fue sorprendido por China y los tigres del sudeste asiático. Estados Unidos perdió la apuesta: los empleos industriales no volvieron.

En 2008, vino la crisis financiera, cuyo manejo generó gran resentimiento contra Wall Street, contra el poder de Washington y contra el concepto mismo de Gobierno. En 2009 se lanza el primer bitcoin y la anarquía digital anti-Estado se pone de moda.

Los rebeldes digitales quieren un mercado sin controles estatales, rechazan la existencia misma del Gobierno y buscan cero impuestos. Su discurso y acción hacen causa común con el individualismo radical de ultraderecha, que ya venía caminando desde años anteriores de la mano de Buchanan, el Tea Party y Newt Gingrich.

En 2008, los radicales racistas, libertarios y supremacistas culturales reciben un golpe de realidad devastador: Barack Obama gana la presidencia. Inaudito: un presidente negro, con discurso progresista, de padre africano y con nombre musulmán. Todo lo contrario a los “valores americanos”, tal como los radicales blancos los entienden.

Entraron en desesperación y se convencieron de que el sistema necesitaba una terapia de ‘shock’ para regresar a una supuesta época dorada del pasado.

Como héroes de Marvel, los MAGA salieron al rescate, para enfrentarse a los “enemigos internos”, para tratar de revivir el pasado maravilloso que está en su mente. Ese mundo blanco de gente “decente” de ojos azules, tan bien idealizado en series clásicas de TV como The Waltons e I Dream of Jeannie.

Si alguien les trató de explicar que la historia no es Hollywood y que tampoco las sociedades son estáticas, lo ignoraron olímpicamente. En oposición a los dos periodos de Obama, fue tomando fuerza la radicalización MAGA, que se había venido gestando desde mucho tiempo atrás

Esa radicalización hunde sus raíces en lo profundo de otros extremismos ya viejos: la visión excluyente calvinista de “pueblo elegido”; el Ku Klux Klan; el supremacismo blanco; el macartismo que calificaba como “comunista” cualquier cosa que no entendía; el individualismo rampante; el odio al Estado de bienestar y el imperialismo.

De forma un poco aparatosa, desorganizada y quizás con la ayuda de Putin y sus “hackers”, el movimiento MAGA coloca a Trump en la presidencia en 2016. Luego del interregno de Biden, los MAGA están de vuelta desde el año pasado, organizados e implacables. Hoy son dueños absolutos del Partido Republicano, luego de haber eliminado cualquier disidencia.

Obviamente, no todo simpatizante de los MAGA está plenamente alineado con todo el paquete. Muchos viven ilusionados con discursos paralelos. Pero los que controlan el asunto lo tienen todo muy claro.

Tal es el caso del lobby de la Heritage Foundation, think tank ultra radical con grandes amigos en Panamá, que fueron los creadores del culturalmente supremacista Project 2025, que está en plena ejecución en el gobierno Trump, con una de sus promesas insignia ya cumplida: la eliminación del Ministerio de Educación Federal.

Se trata del mismo tipo de ideólogos que han desatado la guerra contra el conocimiento científico en las universidades americanas, para someter todo al “pensamiento único” MAGA, tal como fue en la Alemania nazi; y tal como funciona hoy en día en la Rusia de Putin, en la Venezuela de Maduro, en la autocracia de Xi Jinping y en El Salvador de Bukele, por mencionar solo unos casos.

Los MAGA no son demócratas. Son exactamente igual de autócratas que muchos de aquellos incluidos en ese cajón de sastre que los simplistas llaman “comunismo”. Son dictatoriales y, pese a que critican al Estado, lo utilizan para fortalecer la posición de los oligarcas cercanos al poder.

Esa tendencia autocrática MAGA ya ha dado señales claras de existir, como se observa en las denuncias de desacato del Gobierno a órdenes de ciertos jueces federales y en la muy temprana promoción de la idea de reelección de Trump, pese a que la Constitución lo prohíbe.

Hay varias explicaciones del autoritarismo MAGA. Mencionaremos solamente dos.

La primera es religiosa. Hay corrientes del cristianismo protestante blanco fundamentalista que han retomado la idea mitológica de que Estados Unidos se creó como un Estado exclusivamente cristiano y que el abandono de esos valores está en la raíz de la “decadencia” actual. Proponen la supuesta “solución” de una teocracia, es decir, un gobierno no democrático que imponga de forma homogénea la visión religiosa cristiana que ellos definen como la única verdad.

La otra explicación importante para la promoción del autoritarismo MAGA curiosamente proviene de una corriente de pensamiento que no necesariamente rechaza la democracia y la separación de poderes. Son más bien defensores de una democracia nacionalista, solamente disponible para los “americanos puros”.

Estiman que el sistema de gobierno democrático fue establecido en Estados Unidos para regir la vida política de gentes “civilizadas”, es decir: blancos, protestantes de raíces culturales y étnicas anglosajonas, nórdicas y caucásicas. Para esta corriente de pensamiento, el tema demográfico y electoral viene dando señales de gran preocupación. Veamos algunos datos estadísticos tomados del U.S. Census Bureau.

En 1790, el país tenía aproximadamente 4 millones de personas, de las cuales 81% eran blancas y 19% negras. Ciento ochenta y cinco años después, en 1975, la población total era de 213 millones, de los cuales 87% eran blancos, 11% negros y 2% de otras etnias. Hasta esa fecha, el dominio absoluto del poder demográfico y electoral blanco no tenía ningún tipo de reto.

Hoy, 50 años después, la situación ha cambiado. El total de la población se estima en 340 millones de personas. El 58% son blancos (excluyendo a los blancos hispanos). El resto representa aproximadamente el 42% y está formado por hispanos de cualquier etnia (19%), negros americanos (13%) y otros (10.3%).

Obviamente, hay que tener en cuenta que no es cierto que toda la población vote basada en su grupo étnico, ni tampoco todos tienen derecho a votar o ejercen el voto. Además, la distribución de la población no es homogénea y el sistema electoral provoca que unas regiones tengan más peso que otras.

Pese a las anteriores acotaciones, los MAGA son dramáticos, y desde los triunfos de Obama piensan que, si las minorías que representan el 42% se ponen de acuerdo y si la tendencia demográfica sigue, tales sectores pueden quitarles el país a sus “verdaderos dueños”.

Y si a eso le agregamos datos como que las minorías más pujantes —es decir, la hispana y los negros americanos— muestran una tasa de fertilidad que supera por varios puntos la de los blancos, el dramatismo MAGA se transforma en histeria.

En función de lo anterior, hasta los MAGA que no rechazan la democracia justifican una especie de “estado de excepción”, en el cual se dedicarán a “limpiar la casa” mediante un régimen fundamentalista autocrático, para expulsar y disminuir la influencia de aquellos considerados americanos “impuros”. Hay similitudes con el régimen nazi.

Por eso tienen varios años de estar aprobando leyes estatales para disminuir el peso electoral de las minorías; por eso están ejerciendo una persecución ilegal contra muchos extranjeros con estatus legítimo; y por eso están cambiando las leyes que otorgan la nacionalidad por nacimiento.

En el ideal de este grupo de opinión MAGA, cuando cese la amenaza de la “invasión” de los seres inferiores, que dañan la sangre pura de los “realmente americanos”; cuando se logre consolidar la escala de valores y el dominio étnico de la población que representa la “verdadera tradición americana”; en ese momento habrá oportunidad de volver a la democracia de Thomas Jefferson, con los pesos y contrapesos correspondientes.

Quienes vivimos alejados de ese mundo MAGA, dentro y fuera de Estados Unidos, somos vistos por ellos como seres de categoría inferior, ya sea como miembros de etnias de rango menor, con religión y raíces culturales de losers, o como “enemigos internos” que, pese a pertenecer a las etnias “superiores”, no han visto la verdadera luz del “destino manifiesto americano”.

A los ojos MAGA, solamente servimos para ser utilizados y jamás seremos vistos como seres iguales. No todos los ciudadanos americanos son MAGA, pero tristemente hoy los MAGA son los que mandan. Frente a ellos, es mejor actuar a la defensiva.

El autor es abogado.


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