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Educación

Mandrágoras en el aula

En las antiguas leyendas, la mandrágora era una planta de raíces humanas que emitía un grito mortal cuando se la arrancaba de la tierra. Muchos evitaban tocarla, no por temor a la planta, sino por el estruendo desgarrador de su resistencia.

Así ocurre hoy con la educación panameña.

Cada intento por reformarla, dignificarla o liberarla del secuestro político provoca un alarido: no de los estudiantes, ni de los padres de familia, sino de quienes han sembrado sus raíces más profundas en el sistema para proteger privilegios, cuotas de poder y estructuras gremiales corrompidas por la ideología y el chantaje.

La educación panameña no solo ha fracasado en cumplir su función: ha sido capturada.

La politización de los gremios docentes, la complicidad de los gobiernos pasados y la ausencia de una visión de país han convertido las aulas en trincheras de intereses, no en templos de conocimiento.

Mientras países con menos recursos y más obstáculos han logrado mejorar sus sistemas educativos, Panamá —con su dólar, su posición geográfica, su plataforma logística y financiera— ha retrocedido al fondo del continente. No por falta de dinero, sino por exceso de egoísmo y cobardía política.

Y lo más trágico: la juventud panameña está pagando ese precio. Nuestros estudiantes no solo están mal preparados académicamente, sino desmovilizados, desencantados y desconectados del futuro. Se les ha negado la oportunidad de competir en igualdad de condiciones con el resto del mundo.

Y cada vez que se propone una reforma curricular seria, una evaluación docente independiente, o una transformación de fondo… la mandrágora grita. El sistema se defiende a sí mismo como una criatura viva, que rechaza cualquier intento de ser desenterrada.

Panamá no será un país desarrollado mientras no se atreva a arrancar esa raíz podrida. No se trata solo de mejorar indicadores: se trata de liberar el futuro del país de las manos de quienes hoy lo retienen con discursos huecos y huelgas interminables.

Hay que asumir el riesgo de oír el grito. Porque solo cuando lo hagamos, y con firmeza, podremos sembrar algo nuevo en esa tierra devastada.

Qué se puede hacer? ¿Por dónde empezar?

1- Evaluación del docente

independiente y obligatoria, realizada por una instancia autónoma con estándares internacionales, que distinga y premie a los buenos maestros, y capacite o separe a los que no cumplen con lo mínimo.

2- Despolitización del Meduca, eliminando nombramientos clientelistas y creando una carrera directiva educativa basada en mérito, resultados y formación continua.

3-Currículo nacional basado en competencias reales, no en ideologías. Que forme ciudadanos capaces de pensar críticamente, resolver problemas, comunicarse y adaptarse al mundo moderno.

4-Convenio nacional por la educación, donde gobierno, Copeme , sector privado. Universidades, gremios responsables y sociedad civil se comprometan con metas verificables a 10 años.

5-Inversión pública con condiciones, no más aumento automático de presupuestos sin rendición de cuentas. Más dinero sí, pero vinculado a resultados, transparencia y gestión eficiente.

Pacto social con los gremios, para recuperar la dignidad del docente, pero con la corresponsabilidad de enseñar, no de paralizar. El derecho a huelga no puede seguir siendo una coartada para el abandono de los estudiantes.

La educación panameña no necesita más excusas. Necesita valentía. Y esa comienza por arrancar la mandrágora, por doloroso que sea su grito.

Porque si no lo hacemos ahora, el silencio posterior será aún más ensordecedor: el de generaciones enteras condenadas a la ignorancia y a la exclusión.

El autor es empresario y exdirector de La Prensa


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