Nunca, en mis más de 40 años de ejercicio profesional, he visto un matraqueo tan vulgar, obsceno, vergonzoso y, encima de todo, en vivo. Perdió el país y su institucionalidad, pero más que nadie, el presidente de la República. Fue descarada su hipocresía al tratar de negar lo que todos vimos por televisión: el evidente matraqueo que reinó durante cinco horas antes de instalarse la sesión en la que se elegiría un nuevo presidente del Órgano Legislativo.
Son varios los diputados que han denunciado las presiones de operadores políticos: cercanos colaboradores del presidente de la República y de altos funcionarios de una institución que debería estar al margen de la política. Pero allí estaban, tratando de torcer brazos en los salones contiguos al hemiciclo legislativo, según denunciaron las mismas fuentes. El contralor, Bolo Flores, negó haber sido parte de ese engranaje articulador de una estrategia para defenestrar la candidatura del hoy nuevo presidente de la Asamblea, el panameñista Jorge Herrera, o para que ganara alguna de las dos Castañedas. Negó, pero también amenazó con chantajes.
Dijo tener en su poder cartas de diputados solicitando nombramientos en la Contraloría y que sabía de un “importante empresario” que había “donado” dinero para hacer comprar los votos de diputados de la coalición Vamos. No sé qué espera Flores para hacer las denuncias correspondientes, tal como lo exige su deber. Lo único que se me ocurre para que no lo haga es la carencia de pruebas. En consecuencia, sus palabras automáticamente se convierten en un rumor de pasillo, porque, a decir verdad, es la primera vez que escucho algo semejante.
Y, para ser un bocazas, el señor Flores sabía –hasta ahora– guardar muy bien esos secretitos y confidencias de los supuestos diputados que han ido a tocarle la puerta. No sé si fueron a pedirle nombramientos de sus esposas, hijos o hermanos, como él afirma, pero sí que ha recibido llamadas y hasta visitas del propio Herrera, quien está intercediendo –¿cómo por qué?– a favor de proveedores de la Alcaldía de Aguadulce, su antiguo feudo.
Pero, volviendo al martes negro, desde el presidente hacia abajo, todos actuaron como rufianes ese martes, no muy distantes de los vándalos de Bocas del Toro, solo que unos destruían bienes materiales y los otros, bienes de mayor valor: institucionalidad y democracia, pero pretendiendo ser respetuosos de eso mismo que querían destruir.
Ello se hizo patente en el discurso del presidente: bien escrito, y mucho mejor actuado. Tanto así, que Mulino, en el preámbulo de su mensaje a la Nación, dijo a la faz de todo el país –sin dudarlo y con una desvergüenza abrumadora– que el resultado de esas elecciones legislativas enviaba “un mensaje claro: en esta nueva forma de gobernar no hay presiones, compra de conciencias, ‘maletinazos’ ni matraqueo”. Señor presidente, quizás no sabe que durante cinco horas vimos lo que usted parece no haber visto.
La suya, fue una actuación hollywoodense, pero no la de un estadista. La maleantería fue el gran ganador, después de Herrera. Ni siquiera el cuello y la corbata sirvieron para disimular lo que para todo el país fue evidente. Creían que todo se solucionaría antes de que el presidente regresara de España, de donde lo único que trajo fueron fotografías. Fue un descuido imperdonable, pues es quizá el año más importante de su agenda presidencial, pero sus operadores fracasaron. Y no bien perdió, tomó otro avión para ir a recibir homenajes en Argentina, siempre acompañado de sus inseparables compañeros de viaje. Ojalá no regrese al país con otro caballo, como cuando lo hizo de su viaje a Perú, meses atrás.
En cuanto a la coalición que llevó a Herrera a la presidencia de la Asamblea, me atrevo a afirmar que es precaria. Herrera se metió en el mismo saco donde conviven en frágil unión fieras legislativas que, al menor atisbo de traición, de querer mantener el statu quo, no dudarán en hacerlo cenizas. Más le vale que cumpla lo prometido o, de lo contrario, su nombre será arrastrado como nunca. Salir del anonimato para ir a las grandes ligas con intenciones de satisfacer codicia o sed de poder sería una pésima idea, dada la ferocidad de sus nuevos socios legislativos.