Los años del ejercicio dedicado a los niños me han ayudado a confirmar que las madres quieren lo mejor para sus hijos y, además, curas en el menor tiempo posible y consultas que no afecten el presupuesto del salón de belleza, del viaje a la playa, del almuerzo con las amigas, de la corredera al mall para el traje de la noche o el de “la pedida”. Eso es fácil de entender. Lo difícil es dar las respuestas. Existen las madres que no quieren saber nada de la enfermedad y prefieren una receta antes de que suenen las campanas de la iglesia. “Doctor, yo me mudé para donde… que examina al niño tanto como usted, y me da la receta en 5 minutos. Además, cuando no se cura, puedo venir donde usted”. Está clarita, como el agua del río La Villa.
“Doctor, estoy muy preocupada porque la niña está tirada en el sofá, dormida, hirviendo en fiebre, no ha querido comer, se ve muy mal”. Son las 10 de la noche y es domingo.Llévela al Cuarto de Urgencias Pediátricas, que yo la encuentro allá para examinarla.“¡Ay, doctor, no es para tanto!”
Qué mejor respuesta para determinar la gravedad y urgencia del asunto. Una forma de criba para desenmascarar ICE (Iniciativas Con Espantos).
“Pero, ¿la mando a la escuela mañana?” La cereza del pastel. ¿Cuál es el apuro? La niña tiene 5 años, no va a ser matriculada en Harvard, porque Harvard ya no existirá gracias a la genialidad del Pato Donald y, total, tampoco tendrá visa de estudiante por ser extranjera, dueña y soberana del Canal de Panamá.Si la autoridad de la escuela es autoritaria, malcriada y despótica, perseguidora, inconsecuente, impresentable, intolerante, ruda y vengativa, como son otros animales del mundo de las fieras, le construirá una muralla para que no entre a la escuela. Nadie enfermo aprende y ¿por qué poner en riesgo la salud de sus compañeros de clase y maestros? Ese apuro de algunos padres para que el niño regrese a la escuela no parece corresponder a la necesidad de que mejore las notas, sino a la necesidad de paz hogareña, aunque por solo un rato. Lo peor que puede oír el director de la escuela es: “you are not fit to be principal”, o “no tienes la envergadura para ser director de escuela”.
La pandemia del Covid-19 trajo una endemia: usar el laboratorio sin consultar al médico o hacer pruebas caseras, luego contactar a su médico para la receta y: “mándemela por WhatsApp”. Esto es lo que se conoce como “moñona”, la comida completa que “alcanza” para todo el día, con solo sentarse a desayunar. Y como si fuera poco: “Doctor, no le hice una consulta, solo le pedí la receta”. Bueno, señora, la consulta telefónica ya va por 40 minutos y yo no soy el farmacéutico.
“Mi hijo sigue con fiebres de 40 °C desde anoche, tiene mucho dolor de garganta y de cabeza, y ha vomitado varias veces desde hoy en la mañana y le duele la panza”. Son las 5 de la tarde y el cuerpo lo sabe: es viernes. Es probable que tenga el flu. Por lo avanzado de la hora y la semana, le doy una orden para que antes de traerlo a la oficina, le realice una prueba por influenza A y B y decidir si dar o no el Oseltamivir, el antiviral para acortar la duración y las serias molestias de la influenza. Por algo se le llama “rompehuesos”, como las bandas de carceleros en la calle.
“Doctor, ¿para qué hacerlo así?, ahórreme el tiempo y prescríbale el Oseltamivir ¡ya!”. “Yo creo que es mejor que se nos pegue a todos, total, ya hemos vivido esto antes y seguro que no nos pega tan duro”. Cuando le caiga el primer garrote, le viene una tanda. Solo mire la televisión.
Durante la pandemia de Covid-19, las desdichadas recomendaciones de personas dispersas, sin formación médica ni higiénica, que dijeron que su país iba a controlar la pandemia, que no se usara máscara facial —que ahora la autorizan para destruir la propiedad privada, la libertad y el debido proceso—, que tampoco se vacunaran ni se quedaran en casa, que bastaba con tomar ivermectina e hidroxicloroquina, fueron los responsables de que sufrieran las más altas tasas de la enfermedad y mortalidad de un país desarrollado. Ahora regresan recetando miel de abeja y vitamina A, para tratar y prevenir el sarampión. Al menos a los católicos nos cogerá confesados, pero a los ateos…
“Pero mañana, el muchacho tiene un juego de fútbol y él es uno de los más importantes jugadores. ¿Puede jugar el partido mañana?” Señora, su hijo está enfermo, no irá a la escuela hoy ni en los próximos 5 o 7 días. “¿Puede jugar el partido mañana?”. Entonces entendí lo importante del partido y la confianza en el adagio: “Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”. El silencio fue escandaloso.
Terminé de medirlo y pesarlo. “Estaba en Miami y comí muy mal”. Seguro que estás comiendo muy mal desde antes de Miami. Seguro que te falta actividad física y deportes. Seguro que duermes menos de 8 horas diarias. Este estilo de vida no es saludable. En 9 años has alcanzado a otros que ya tienen 20 años.
“Te lo dije: estás comiendo mucho dulce, helados, pan con Nutella y mermelada, Coca-Colas y jugos”. La retahíla seguía: “Te acuestas no a dormir sino a chatear con tus amigos, y a ver televisión o películas en la computadora hasta la madrugada, y entonces te despiertas tardísimo, y ni te bañas y te deja el bus de la escuela a medio vestir y te tengo que llevar a la escuela, y ‘despeinada jaja-jaja’ como una loca y pagando transporte por gusto, y, como si fuera poco tanta agitación, al final del día no practicas ningún juego que no sea Nintendo. ¡Ni entiendo!”
Señora, usted es quien hace el mercado, compra las sodas, los helados, la Nutella, la mermelada, los dulces y la panadería. Le tiene la refrigeradora y la alacena llena de “goodies”, que se reparte con él. Usted es quien le tiene un televisor en su cuarto, una computadora, un iPad y el celular que utiliza desde que tiene 4 años de edad. Ahora, a los 9 años, está educado en tecnología y repostería.
“Pero doctor, es que él no me hace caso”. Sí le ha hecho caso y sabe dónde está la alacena y que puede tener encendidas, toda la noche, todas las pantallas porque usted se duerme antes que él sin tratar de conocer siquiera qué hace ni qué ve. ¡Ah!, y cambie su chip de hacer el supermercado: no lo haga cuando usted está con hambre. El presupuesto de alimentos basura va a bajar.
“Doctor, que sea cortito porque tengo 3 horas de estar en la sala de espera”. Déjeme tratar, porque yo tengo 3 días de estarlo esperando después de aquella llamada urgente a las 6 a.m. Y el niño mira y dice: “Te lo dije, mamá, que me trajeras al doctor”.
“Total, doctor, si yo esperé, que esperen los que están afuera en la sala”. Los que están afuera se sienten como en una oficina de inmigración extranjera, de la que se quiere salir antes de que lleguen los de ICE (Iniciativas Con Espantos) y empiecen a empujar, forcejear, amarrar como si estuvieran en un zoo y la persona de inmigración quiere también terminar rápido, sabe que también vienen por ella. No permita que eso ocurra, señora.“Doctor, ninguno afuera está enfermo y cuidado que vienen a robarle”. Ahora sí me asustó. Me dejó sin palabras. Nunca lo sospeché: todos tienen caras de sufrimiento, no de maleantes. Luego pensé: a lo que se llega con tal de justificarse.
El autor es médico.