Hace apenas unos meses, muy pocas personas en Panamá habían escuchado hablar del virus Oropouche. Hoy, su presencia en el país genera preocupación, no solo entre el personal de salud, sino también en las comunidades donde se han detectado casos.
Como técnico en control de vectores, no puedo dejar de pensar en todo lo que esto implica. Hablar de Oropouche no es referirse a un virus más: es reconocer que enfrentamos una amenaza silenciosa, parecida al dengue, al zika o al chikungunya, pero con el agravante de ser aún poco conocida. Esto dificulta su diagnóstico, manejo y control.
El virus se transmite por un mosquito diminuto llamado Culicoides paraensis (también conocido como Culex jenjen). No se trata del típico zancudo que todos conocemos, sino de uno aún más pequeño, que fácilmente pasa desapercibido. Puede causar fiebre, dolor de cabeza, malestar general y, en algunos casos, erupciones cutáneas o síntomas neurológicos. Al compartir síntomas con otras enfermedades, con frecuencia se confunde con una simple “virosis” o incluso con dengue.
Y así, vamos repitiendo una historia conocida: primero llega el virus, luego los casos aumentan lentamente y, cuando reaccionamos, ya se ha convertido en un problema de salud pública. Lo hemos vivido con el dengue.
Aunque Panamá cuenta con profesionales comprometidos, muchas veces los recursos son limitados. A esto se suma la falta de apoyo comunitario y, sobre todo, la falta de conciencia. Factores como el cambio climático, la deforestación, el desorden urbano y la migración contribuyen a que los virus encuentren cada vez más oportunidades para propagarse. Nuestro clima tropical y la constante movilidad humana nos hacen especialmente vulnerables.
Aunque suene repetitivo, la prevención sigue siendo nuestra mejor herramienta. Mantener los patios limpios, eliminar criaderos, usar repelente, colocar mosquiteros, acudir al centro de salud ante síntomas de fiebre y evitar la automedicación son acciones simples pero cruciales. También es fundamental informarse en fuentes confiables. En estos momentos, la desinformación puede ser tan peligrosa como el virus mismo.
Ver aparecer un virus como Oropouche en Panamá me reafirma una idea que no podemos seguir postergando: la educación es clave. No debemos esperar a que las enfermedades lleguen a nuestras casas para actuar. La prevención debe fortalecerse desde las escuelas, las comunidades y los medios de comunicación.
Como país, tenemos el conocimiento y el talento humano para enfrentar esta situación. Pero la respuesta no puede recaer únicamente en el sistema de salud: nos incluye a todos.
El autor es técnico de control de vectores.