Considero importante reiterar lo escrito en un artículo de mi autoría publicado hace algunos años en un medio de comunicación social. Lo hago en estos momentos cruciales para nuestro país, que necesita afrontar una realidad que le pertenece, a fin de resolver los problemas que lo agobian y que podrían conducirnos a la destrucción si no somos capaces de enfrentarlos.
Somos parte de un istmo rodeado por dos océanos, atravesado por la cordillera Central y con una de las pocas selvas tropicales que aún embellecen, con su vegetación y fauna, a esta pequeña nación. Podemos sentirnos privilegiados.
Panamá abrió sus entrañas para dar paso a una de las maravillas del mundo: su canal, obra que revolucionó la navegación y el comercio mundial. Desde la conquista española, nuestro territorio fue visualizado como punto clave del intercambio internacional —como lo fueron las ferias de Portobelo—, papel que hoy continúa con eventos como Expocomer y con grandes instituciones como la Zona Libre de Colón, Panamá Pacífico y otros emporios comerciales y portuarios que representan pilares de nuestra economía. Qué decir, además, del núcleo financiero internacional, del pujante sector bancario y del centro logístico multimodal, que nos ha hecho merecedores del apodo de “centro del mundo y corazón del universo”.
Pero, ¿de dónde surge históricamente nuestro querido Panamá? Su historia comienza con los pueblos originarios, asentados en distintas regiones del país, con identidades y culturas propias. Tras la conquista española, Panamá siguió su desarrollo como departamento de Colombia, hasta la llegada de la influencia francesa y estadounidense con la construcción del Canal. Estos últimos se asumieron —erróneamente— como “dueños” de una parte del país que nunca les perteneció y cuya posesión fue producto de chantajes y manipulaciones. A pesar de esos contextos adversos, la joven República supo resistir con perseverancia y valentía. Dentro de este pequeño país existen personajes que encarnan la hidalguía panameña y que, en su momento, lucharon por nuestra soberanía con identidad fortalecida y orgullo nacional.
Nuestro país se construye sobre una base poblacional compuesta por nativos y por migraciones de distintas etnias que, al integrarse, conformaron un crisol de razas que sigue enriqueciendo hasta hoy la identidad panameña. Nos caracteriza una población trabajadora, alegre, creativa y luchadora, como lo ha demostrado a lo largo de distintas épocas.
El futuro de Panamá es de valor incalculable. Su crecimiento económico y su proyección internacional lo convierten en ejemplo de logros importantes.
Pero la pregunta persiste: ¿por qué somos un país de contradicciones?¿Cómo permitimos que nuestra autoestima y seguridad se vean vulneradas por influencias negativas que debemos enfrentar? Entre ellas: el estado de la educación, la falta de formación integral, la justicia social pendiente, el debilitamiento cultural, la inseguridad, y los gobiernos que, en muchas ocasiones, no representan el sentir del país. Tristemente, estos gobiernos han sido elegidos por muchos de nosotros, y de ello también somos responsables.
Tenemos una deuda con nuestros antepasados, quienes se alzaron con esfuerzo, honestidad y trabajo para dejarnos como herencia este país. Supieron enfrentar grandes retos y proyectaron al país hacia un futuro mejor.
Me preocupa el auge del negativismo, del “juega vivo”, primer paso hacia la corrupción. También me alarma la cultura de la violencia, alimentada por múltiples factores, entre ellos la exposición constante a ciertos mensajes promovidos por algunos medios de comunicación que la normalizan o enaltecen, amparados en una mal entendida libertad de expresión.
¿Qué sucede con nuestra educación?
Las estadísticas son alarmantes. Los bajos niveles de logro educativo, la deserción escolar, las deficiencias académicas, la falta de acceso a universidades, las infraestructuras inadecuadas, la carencia de materiales y equipos, y los programas obsoletos, reflejan una profunda crisis. A ello se suma la falta de actualización docente y la insuficiente capacitación de maestros.
Muchos estudiantes provienen de hogares disfuncionales, con padres separados, donde son testigos de maltrato o violencia intrafamiliar. Crece el número de jóvenes reclutados por pandillas, en busca de la “familia” que no tienen. Aumentan los trastornos emocionales, las enfermedades psiquiátricas y las adicciones.
Esta triste realidad afecta no solo a nuestra sociedad, sino también al mundo al que pertenecemos. Pero aún estamos a tiempo de cambiarla.
Podemos recuperar niveles aceptables de convivencia nacional si empezamos por cambiar nosotros mismos, si retomamos los valores familiares y recuperamos la alegría de vivir. Eso nos permitirá construir una mejor nación para todos los panameños y proyectar a nuestro querido Panamá hacia un mundo más próspero y feliz.
“La familia y la educación son la respuesta de principios y valores para una sociedad saludable en un mundo de crisis”.
Deben ser nuestras principales prioridades. Nada debe perturbarlas.
El autor es médico psiquiatra con subespecialidad en psiquiatría de niños y adolescentes.