La educación, como derecho humano fundamental, es una realidad histórica debida y exigible, inherente a la naturaleza humana. Sin embargo, su significación actual tiende a ser tan diversa como la pluralidad de intereses de quienes la enuncian.
El contexto en que se reclama el derecho a la educación en Panamá visibiliza una sociedad fragmentada, con graves niveles de exclusión, precedidos por el deterioro de las instituciones públicas y sociales, en las que este derecho ha perdido su esencia de ser algo debido y exigible.
Durante los últimos cincuenta años, la educación panameña ha navegado en un turbulento mar de contradicciones y adolece de un modelo pedagógico definido que nos una como sociedad multicultural, en torno a una visión de ser humano —niña, niño, joven, mujer, hombre— que sustente el perfil del ciudadano integral que queremos para Panamá.
El actual conflicto evidencia que una sociedad dividida y polarizada es el mayor obstáculo para lograr una educación integral y equitativa. No se trata solamente de formar para el mercado laboral (visión reduccionista de la educación), sino de construir el tipo de ciudadano que queremos para el país, incluyendo las competencias y habilidades requeridas en diversas profesiones y oficios.
La pedagogía de la esperanza permite aclarar conceptos y juicios sobre educación. Paso a explicar algunos de ellos:
1. El cambio permanente como garantía de relevancia y pertinencia.
En educación, “lo único permanente es el cambio”. Esto es consecuencia lógica de la naturaleza dinámica y transformadora de la necesidad humana de educarse. Su pleno ejercicio no debe admitir la negación de ningún otro derecho humano.
2. La gestión educativa de calidad.
El término “calidad de la educación” es inverificable a corto o mediano plazo. Su significado está vinculado a características que responden a los intereses y necesidades de quienes requieren un producto tangible con el que puedan interactuar.En pedagogía no ocurre así, porque toda intervención en el proceso de enseñanza-aprendizaje requiere la articulación entre lo conceptual, lo procedimental y lo actitudinal, hasta llegar a la generación de competencias, destrezas y habilidades. Se trata de un proceso cuyo impacto real se manifiesta a mediano o largo plazo: en los niveles superiores, en la vida cotidiana futura y en la forma en que la educación impacta los comportamientos ciudadanos, la cultura y el desempeño familiar y profesional.
Lo que sí podemos medir en tiempo real es la gestión educativa de calidad, que implica niveles de responsabilidad no solo en los padres de familia, docentes y directores, sino también en quienes ejercen el poder público y en la sociedad entera.
3. Pedagogía de la esperanza: esperar lo mejor del proceso educativo y prepararse para responder a los peores escenarios.
No debemos aceptar la afirmación de que los días de clase perdidos no se recuperan, porque esta idea tiende a guiar percepciones colectivas —e incluso decisiones administrativas— que normalizan impactos negativos. Eso fue precisamente lo que ocurrió en nuestro país.Después de la pandemia, se impuso el error de continuar el proceso educativo como si nada importante hubiese pasado. Con ello, además de normalizar la exclusión, retrocedimos en lo aprendido en competencias digitales y prácticas de bioseguridad escolar.Las teorías pedagógicas más coherentes con la necesidad humana de aprender proponen estrategias remediales que permiten recuperar los aprendizajes en contextos conflictivos.
En términos pedagógicos, la cualidad más importante del ser humano es la capacidad de relacionarse con liderazgo desde su propio rol como sujeto educativo. La competencia más relevante es el diálogo, que —en términos de gestión pública— no debe depender de quién tiene la razón. Es una exigencia ética, más que política, para garantizar el bien común, el estado de bienestar y la convivencia pacífica.
Mediante el diálogo y consensos éticos, pasaremos de hablar de una “generación perdida” a acompañar a una generación de estudiantes que superó el impacto de conflictos generados por adultos que ellos no provocaron ni merecen.
El autor es especialista en educación.