Casi como por efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar todo el sistema internacional, de acuerdo con sus propios valores. La China Popular del siglo XXI es un rival militar, político y comercial, y contendiente a ser el poder hegemónico con su economía.
Los políticos estadounidenses temen a que China reescriba las reglas que crearon y protegieron el dominio estadounidense en el mundo posterior a la Guerra Fría y que las reglas de China socaven el atractivo global de la democracia y la libertad individual. El miedo es por el excesivo endeudamiento de la aristocracia política de cada país y que, al no poder pagarle al Partido Comunista, China despoje a esos países de activos geopolíticamente valiosos.
¿Cómo escribieron las reglas los norteamericanos? En el siglo XX, la postura de la política exterior de Estados Unidos se basó en la Doctrina Monroe y el idealismo del presidente Wilson. La doctrina no era más que oponerse al colonialismo europeo en el hemisferio occidental. Sostiene que cualquier intervención en los asuntos políticos en el continente de América por parte de potencias extranjeras de otros continentes es un acto potencialmente hostil contra los Estados Unidos.
El idealismo que ha imperado desde 1915, postulado por el presidente Woodrow Wilson, menciona que la seguridad de los Estados Unidos era inseparable de la seguridad de todo el resto de la humanidad. Para Wilson, la justificación del papel internacional de los Estados Unidos es mesiánica: el país no tenía una obligación con el equilibrio del poder (Theodore Roosevelt), sino la de difundir los principios norteamericanos por todo el mundo. Estos principios sostienen que la paz depende de la difusión de la democracia, que los Estados serán juzgados por las mismas normas éticas que las personas, y que el interés nacional consiste en adherirse a un sistema universal de derecho.
¿Qué relación hay entre la política exterior de Estados Unidos (USA) y el Canal de Panamá? La doctrina Monroe fue clave para la estrategia del poder de USA al controlar su vecindario: en 1845 el presidente James K. Polk explicó la anexión de Texas a Estados Unidos como algo necesario para impedir que un Estado independiente se volviese un aliado o una dependencia de alguna nación extranjera más poderosa que él" y, por tanto, una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
También permitió que, en 1903, la población panameña se separara de Colombia, pero no antes de que Estados Unidos hubiesen establecido la Zona del Canal, bajo la soberanía de Estados Unidos en ambos lados de lo que sería el canal de Panamá.
Actualmente en el orden internacional naciente, ha resurgido el nacionalismo. Las naciones han buscado su propio interés con mayor frecuencia que los principios elevados, y han competido, más que cooperado. Nada nos indica que esta antiquísima conducta haya cambiado, ni que probablemente cambie en los decenios que se avecinan. Hoy el mundo se parece mucho a la Alemania continental del siglo XX.
En 1907, el diplomático británico, Eyre Crowe, escribió un excelente análisis sobre la estructura política europea y el auge de Alemania. La cuestión principal que planteó, y que hoy sigue teniendo una importancia clave, es si la crisis que llevó a la Primera Guerra Mundial fue causada por el ascenso de Alemania, lo que provocó una especie de resistencia orgánica ante la aparición de una nueva y poderosa fuerza, o tuvo como causa la política específica y, por tanto, evitable, alemana. ¿Fue la capacidad alemana o el comportamiento de este país lo que provocó la crisis?
China plantea un desafío único para Estados Unidos y para las democracias de todo el mundo, porque es un tipo de rival que ninguno de nosotros ha visto antes. La Unión Soviética supuso un desafío militar e ideológico, pero nunca fue un rival comercial.
Una serie de analistas políticos, entre los que se cuentan algunos chinos, han revisado el ejemplo de la rivalidad anglo-alemana del siglo XX como augurio de lo que puede esperarles a Estados Unidos y China durante el siglo XXI, sin duda, pueden hacerse comparaciones estratégicas. Al nivel más superficial, China es, como fue la Alemania imperial, un poder continental que resurge; Estados Unidos, al igual que Gran Bretaña, es básicamente un poder naval con profundos vínculos políticos y económicos con el continente.
China, a lo largo de su historia, ha sido más poderosa que todos sus vecinos, aunque estos, unidos, podían -y, en realidad, pudieron- amenazar la seguridad del imperio. Como en el caso de la unificación de Alemania en el siglo XIX, los cálculos de todos estos países están influidos de manera inevitable por el resurgimiento de China como Estado fuerte y unido. Es un sistema que ha evolucionado históricamente en un equilibrio de poder basado en la compensación de las amenazas.
Alemania desafió el dominio británico sobre los mares al crear una gran armada, que complementaba al que ya era el ejército de tierra más poderoso del continente. Crowe concluía que no tenía importancia el objetivo que declarara Alemania. Fuese cual fuese su rumbo, “Alemania tendría el acierto de crear una armada tan poderosa como podía permitirse, y en cuanto el país lograra la supremacía naval, mantenía Crowe, la supremacía en sí -independientemente de las intenciones de Alemania- se convertiría en una amenaza objetiva para Gran Bretaña, algo ‘incompatible con la existencia del Imperio británico”.
No fue el equilibrio, sin embargo, lo que motivó los cambios que se produjeron en Europa en el siglo XIX: los desencadenó el nacionalismo. La unificación de Alemania reflejó las aspiraciones de un siglo. Pero llevó también con el tiempo a un clima de crisis.
Hoy es la República Popular China quien trata de dominar los mares mediante un ambicioso programa de construcción naval y una tímida apertura de bases en el extranjero. Por lo pronto, la Armada Popular ha logrado superar en número de navíos a la U. S. NAVY, bien su tonelaje total y su modernidad aún son inferiores, pero la estrategia de usar los lazos económicos de sus socios importadores de artículos y empresarios en dichos países supera a los Estados Unidos.
Hay crisis económica y aparece el “neonacionalismo” en el planeta, desembocando una guerra arancelaria entre Estados Unidos y China. Ni un gobierno ni otro ha aprobado la versión estadounidense del informe Crowe, y quien lea el informe Crowe se dará cuenta que lo que llevó a la rivalidad no fue lo que habían hecho una parte u otra, sino lo que podían hacer.
Los acontecimientos se han convertido en símbolos; los símbolos crearon su propia dinámica. Hoy la auditoría de los puertos de Hutchinson, la electricidad sudamericana alimentando las compuertas del Canal y la mina de tierras raras de Donoso genera focos de tensión entre ambas.
Pete Hegseth teme que la deuda de los comerciantes y empresarios panameños, mismos miembros de la junta directiva del Canal y planificadores de las políticas gubernamentales, los despoje de activos estratégicamente valiosos para la defensa del Canal de Panamá. Teme que la coerción de las demandas por contratos mineros, infraestructura y servicios afecte el juicio de los miembros de la autoridad marítima.
El idealismo wilsoniano y la doctrina Monroe han justificado la intervención norteamericana para imponerse no sólo contra una amenaza ya existente, sino contra toda posibilidad de un desafío abierto: casi como lo hiciera el equilibrio europeo del poder. El Canal de Panamá consolidó el poder naval de Estados Unidos y hoy ellos consideran que el Partido Comunista de China y su vínculo comercial y empresarial con quienes gobiernan Panamá hace 30 años nublan el juicio de las decisiones en torno a la vulnerabilidad del Canal de Panamá.
El autor es médico sub especialista.