Recientemente, la Universidad de Panamá ha republicado de manera oportuna la obra en formato digital: Los orígenes, vicisitudes y legado del Grupo de Contadora, de Nils Castro. Sin duda, este trabajo destaca el significativo papel de la diplomacia panameña en la coordinación, organización y promoción de la pacificación, no solo en Centroamérica, sino en toda América Latina.
Esta obra merece ser reconsiderada no solo por los académicos panameños especializados en Relaciones Internacionales y Derecho Internacional, sino que también debería formar parte del currículo académico en nuestras instituciones educativas. Es una referencia esencial para comprender la diplomacia panameña del pasado y pone en relieve el papel destacado e influyente que Panamá tuvo en la región latinoamericana.
Los tiempos han cambiado, y sin duda el panorama internacional de aquellos años—marcado por el gobierno de Ronald Reagan—contravenía todo lo que el expresidente Jimmy Carter había logrado durante su mandato en términos de cooperación y acercamiento en Hispanoamérica. La tensión de la Guerra Fría, las consecuencias del triunfo de la revolución cubana y la caída de Allende en Chile, así como el escándalo Irán-Contra, crearon un escenario conflictivo sin igual. Los Estados Unidos buscaban evitar que la revolución cubana se extendiera a otros países de Latinoamérica, lo que llevó a apoyar grupos armados en oposición a estos movimientos. Esto derivó posteriormente en guerras civiles en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras, donde la presencia estadounidense sigue siendo notable hasta el día de hoy.
Por otro lado, los panameños, preocupados por la protección y el cumplimiento de los Tratados Torrijos-Carter y con miras al futuro, realizaron uno de los mayores esfuerzos diplomáticos de aquella época. Este esfuerzo, conocido como el “Grupo Contadora”, tuvo lugar en una isla panameña del Pacífico, popular en esos años, donde se iniciaron los primeros acercamientos y reuniones para conseguir una Centroamérica no sólo libre, sino también en paz.
La diplomacia panameña desarrolló un papel sobresaliente en la búsqueda y mantenimiento de la paz, logrando un verdadero protagonismo internacional. Panamá formó un bloque diplomático que mantuvo relaciones con países como Colombia, México, El Salvador, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala; a este se sumaron posteriormente República Dominicana, España, Brasil, Perú, Ecuador e incluso Noruega. Este grupo no solo despertó la admiración de organizaciones internacionales formalmente constituidas, sino que también demostró que, mediante una organización y coordinación adecuadas, los países hermanos del continente americano podían resolver sus problemas sin la intervención del poderío del norte. Panamá y los demás países actuaron unidos, formando un solo bloque ante las amenazas imperialistas, que veían disminuir su influencia en la región y buscaban usar la fuerza para mantenerla.
Muchas cosas han cambiado desde aquellos años, pero este esfuerzo contribuyó al crecimiento de nuevas democracias en la región y a la protección de los derechos humanos. Lamentablemente, hoy en día, Latinoamérica enfrenta claros desafíos, incluidos el resurgimiento de viejas y nuevas dictaduras, disfrazadas bajo apariencias democráticas pero alejadas de la verdad.
Es fundamental que la diplomacia panameña continúe desarrollándose en conjunto con aquellos países que comprenden plenamente la causa canalera y reconocen el esfuerzo realizado para alcanzar nuestra soberanía y ser los únicos propietarios del canal. Aunque cada país tiene sus propios intereses y desafíos actuales, al comparar con el pasado, las circunstancias enfrentadas entonces eran considerablemente más difíciles. Aquellos conflictos no se agravaron gracias a nuestros esfuerzos por establecer límites de manera respetuosa y exigir el respeto merecido. No se trata de buscar confrontaciones ni de agravar los problemas, sino de demostrar que no estamos solos y que nuestra soberanía está firmemente establecida y no está en discusión.
Al actuar como un solo bloque, los cancilleres de países latinoamericanos se alinearon con una hoja de ruta común, guiados por la voluntad de promover la democratización y, principalmente, poner fin a los conflictos armados, respaldándose en el Derecho Internacional como única vía. Este esfuerzo también facilitó una mayor cooperación, que más tarde se tradujo en nuevas relaciones comerciales. Aunque no se alcanzó una paz ideal para todas las partes involucradas, sí fue el inicio de lo que más tarde serían los Acuerdos de Paz de Esquipulas (1986 y 1987), derivados de los esfuerzos del Grupo Contadora. Estos acuerdos sentaron las bases para la gestión de otros conflictos internacionales, como los Acuerdos de Oslo (1990) y los Acuerdos de Paz de Chapultepec (1992). Además, facilitaron una completa reestructuración de la política exterior centroamericana. Posteriormente, se creó el Grupo de los Ocho, que continuó atendiendo los problemas de aquella época y que finalmente evolucionó en el Grupo de Río.
Es fundamental aplicar las enseñanzas del Grupo Contadora ante las amenazas del control extranjero del canal y fomentar la cooperación y el apoyo internacional.
El autor es abogado, investigador y doctor en derecho.