El reciente anuncio de la aprobación para la adquisición de seis aviones destinados al Servicio Nacional Aeronaval (Senan) ha generado un amplio debate en la sociedad panameña. La compra, que incluye cuatro aviones de ataque y dos de transporte, tendrá un costo de 187 millones de dólares. Según las autoridades, esta inversión no persigue fines bélicos, sino que busca modernizar la flota aérea y mejorar las capacidades de patrullaje, rescate y carga del país.
Eso suena muy bien. Ahora podremos dormir tranquilos sabiendo que, si una amenaza intergaláctica llega a nuestras costas, tendremos con qué espantarla. Mientras tanto, en los hospitales pediátricos, cientos de recién nacidos seguirán enfrentando el Virus Respiratorio Sincitial (VRS), que cada año causa hospitalizaciones, secuelas y muertes evitables. Pero bueno, al menos tendremos seis aviones nuevos.
Desde enero de 2024, los pediatras del país hemos estado discutiendo estrategias para proteger a los bebés contra este virus. No estamos hablando de ciencia experimental ni de tratamientos dudosos: existen herramientas probadas, seguras y eficaces. Sin embargo, el Estado sigue sin definir una estrategia nacional. “No hay dinero”, nos dicen.
De los 20 países latinoamericanos, solo cuatro han implementado medidas reales contra el VRS, como la vacuna materna o el anticuerpo monoclonal. La carga hospitalaria que genera el VRS es enorme. Pero claro, el sonido de un respirador en la UCI no es tan emocionante como el rugido de un motor nuevo en la pista de aterrizaje.
La infección por VRS en menores de un año no es solo una bronquiolitis pasajera. Se asocia a problemas respiratorios crónicos, daños neurológicos por inflamación cerebral y consecuencias que pueden marcar toda la vida del niño. Pero tranquilos: nuestros cielos y costas estarán más seguros que nunca.
Tanto la vacuna materna como el anticuerpo monoclonal han demostrado ser seguros y eficaces. En otros países, ya han reducido de forma significativa las hospitalizaciones y muertes por VRS. La vacuna materna previene el 76% de los casos graves. El anticuerpo monoclonal previene el 85% de las hospitalizaciones. Pero, ¿qué son esos porcentajes frente al 100% de emoción y orgullo (para algunos) que generan los aviones de combate?
Un estudio reciente evaluó el impacto de ambas estrategias en Panamá. Con el uso del anticuerpo monoclonal, se podrían prevenir más de 11,000 casos, 1,775 hospitalizaciones, 109 ingresos a UCI y 15 muertes al año. Todo eso, con un ahorro estimado de casi un millón de dólares. Pero parece que las matemáticas no aplican cuando se trata de salvar vidas infantiles.
Estudios farmacoeconómicos lo confirman: la vacuna es costo-efectiva, y el anticuerpo monoclonal es incluso costo-ahorrador. Y eso solo considerando hospitalizaciones. Porque nadie está cuantificando el sufrimiento de las familias, el trauma emocional, la angustia de ver a tu hijo o a tu nieto conectado a máquinas. Nadie calcula el ausentismo laboral de los padres, ni su productividad cuando trabajan con el corazón hecho trizas.
Los pediatras hemos alzado la voz en foros, reuniones, documentos y entrevistas. Hemos mostrado evidencia, explicado cada dato. La respuesta: “no hay dinero”. Pero ahora sabemos que sí lo hay. Lo que no hay es voluntad de invertirlo donde realmente se necesita.
Hagamos los cálculos. En Panamá nacen aproximadamente 70,000 niños al año. El anticuerpo cuesta alrededor de 250 dólares por dosis. Con los mismos 187 millones de dólares que se van a gastar en los aviones, podríamos proteger a todos los bebés del país durante al menos 10 años, y en el camino ahorrar aproximadamente 10 millones de dólares. Pero claro, eso no se exhibe en desfiles patrios, ni se puede pintar con la bandera para las fotos.
No se trata de minimizar la seguridad del país. Se trata de entender que un niño hospitalizado por una enfermedad prevenible también es una emergencia nacional. Que cada muerte evitable es una tragedia. Y que la seguridad de una nación también se mide por la forma en que cuida a sus ciudadanos más pequeños y vulnerables.
Como pediatra, madre y panameña, me niego a aceptar que el cielo sea más prioritario que los pulmones y la vida de nuestros bebés. Me niego a seguir escuchando que no hay presupuesto, mientras se aprueban gastos millonarios para cosas que no salvan ni una sola vida infantil.
Una vez más, hago un llamado urgente a las autoridades. Revisen sus prioridades. Vuelvan la mirada a nuestras salas de internación, a nuestras UCI pediátricas, a esas madres que ven impotentes cómo sus hijos se enferman por un virus que ya podríamos estar previniendo.
Si hay dinero para aviones, hay dinero para proteger a nuestros bebés con alguna de las estrategias. Si hay voluntad para modernizar el cielo, que también la haya para proteger el futuro que respira con dificultad en la cama de un hospital pediátrico.
El problema no es el presupuesto. El problema es que, una vez más, nos estamos equivocando de enemigo.
La autora es pediatra.