¿Puede una inteligencia artificial enseñar? ¿Puede corregir ensayos, resolver dudas, explicar ecuaciones o diseñar actividades educativas? Sí, y cada vez con mayor eficacia. Pero la verdadera pregunta es otra: ¿puede una inteligencia artificial (IA) reemplazar a un docente? La respuesta es no, a menos que el docente se limite a tareas repetitivas, predecibles y con poco margen para la creatividad.
En los últimos meses, millones de personas han interactuado con plataformas como ChatGPT, Khanmigo o Copilot. Estas herramientas ya generan textos, corrigen ejercicios y proponen actividades personalizadas en cuestión de segundos. En países como Estados Unidos, Reino Unido o Corea del Sur, algunas escuelas están incorporando IA en la planificación curricular y en el acompañamiento del aprendizaje. ¿Y Panamá? En muchos casos, seguimos debatiendo si se permite usar celulares en clase.
La IA tiene un potencial inmenso en la educación. Puede automatizar tareas administrativas que hoy saturan a los docentes, personalizar el ritmo de aprendizaje, generar tutorías inmediatas y democratizar el acceso a recursos antes inaccesibles. No se trata de una amenaza, sino de una oportunidad. Pero una oportunidad que exige preparación.
El Informe sobre el Futuro del Empleo 2025, del Foro Económico Mundial, advierte que el 44% de las habilidades actuales de los trabajadores serán alteradas en los próximos cinco años. Subraya que habilidades cognitivas como el pensamiento analítico, la creatividad, el razonamiento complejo y el aprendizaje activo serán las más demandadas. Y con ello lanza una señal clara: los sistemas educativos deben transformarse, con urgencia, para preparar a las próximas generaciones.
Esto implica tres cosas:
Formar a docentes para que usen la IA como aliada pedagógica, no como sustituto. El valor del maestro no está en repetir lo que Google sabe (y que los estudiantes pueden buscar fácilmente), sino en enseñar a pensar, a dudar, a hacer preguntas relevantes.
Garantizar acceso equitativo a estas herramientas, para que la brecha digital no se convierta en una nueva forma de exclusión educativa. Deben disponerse de manera gratuita para los educadores.
Fomentar el desarrollo local de IA educativa, diseñada desde nuestras propias necesidades culturales y pedagógicas, y no solo adaptando soluciones extranjeras. Aquí, investigadores y desarrolladores de software panameños pueden colaborar.
Una inteligencia artificial puede responder con rapidez. Pero solo un ser humano puede enseñar desde la experiencia, el error y la empatía. Mientras la IA genera textos desde bases de datos, el docente genera preguntas porque vive el problema. La IA procesa información; el docente guía procesos. Y, sobre todo, crea vínculos empáticos con el estudiante. Porque la educación no se descarga. Se camina.
Invertir en IA sin invertir en pensamiento crítico es como tener un dron sin brújula. Lo importante no es solo qué puede hacer la IA, sino qué queremos que haga. En las aulas panameñas del futuro, deberíamos ver a la IA como un recurso más —como lo fue en su momento la calculadora—, pero no como un reemplazo del juicio pedagógico, la curiosidad humana ni la relación educativa.
En educación, la IA puede hacer muchas cosas. Pero hay una que nunca podrá: creer en un estudiante más de lo que él cree en sí mismo. Ese sigue siendo, y será siempre, el rol de un maestro.
El autor es miembro del Sistema Nacional de Investigación de la Senacyt, investigador científico en el Centro de Investigación e Innovación Educativa, Ciencia y Tecnología (CIIECYT-AIP) y profesor en el Instituto Técnico Superior Especializado (ITSE).