El simple hecho de ser ciudadanos y ejercer los derechos políticos que nos corresponden nos impone la responsabilidad de contribuir a los cambios sociales, ya sean para bien o para mal. La educación cívica, en este contexto, no es más que el proceso mediante el cual nosotros, los ciudadanos, aprendemos sobre los derechos, deberes y responsabilidades que tenemos dentro de nuestra sociedad. Es por ello que, a través de la educación cívica, podemos comprender cómo funcionan las instituciones públicas, los principios que sostienen y regulan el Estado de derecho y, sobre todo, cómo participar activamente en la vida política de nuestra democracia.
Un país se construye con el esfuerzo de todos sus ciudadanos. La realidad es que el desarrollo y el progreso socioeconómico de cualquier nación se sustentan en la fuerza colectiva de sus habitantes. No obstante, para que el desarrollo económico vaya de la mano con el buen desenvolvimiento de la sociedad, se requiere que los ciudadanos participen activamente y sean críticos respecto al ejercicio de sus derechos y al cumplimiento de sus deberes. Sin una ciudadanía participativa, el poder político no conocerá la rendición de cuentas ni los mecanismos de control, y el valor del voto se reducirá a un simple acto de elección.
Es penoso ver cómo algunos ciudadanos reducen nuestra democracia a elecciones cada cinco años, dejando de lado los elementos que realmente fortalecen la ciudadanía, como mantenerse informados, tener sentido de compromiso comunitario y actuar de acuerdo con principios éticos y morales. Por esta razón, la educación cívica se convierte en un factor clave para la recuperación de la sociedad en tiempos de crisis democrática, ya que promueve el respeto por las normas, reduce la corrupción, fomenta la participación activa en la vida política, impulsa la cohesión social y fortalece los valores y principios necesarios para generar estabilidad institucional.
Más allá de todo lo mencionado, el desarrollo del pensamiento crítico en los ciudadanos es vital para lograr un verdadero cambio social. Permitir que las personas puedan identificar noticias falsas, discursos populistas o medidas autoritarias constituye uno de los mayores retos de la modernidad. En tiempos donde damos todo por sentado o por cierto; donde “mi verdad” surge como contraposición a “la verdad”; donde los medios de comunicación ya no comunican, y las redes sociales se convierten en la principal fuente de información para muchos, nuestra mejor respuesta es reforzar los valores ciudadanos que fomentan una cultura de debate y consenso, de empoderamiento para todos los ciudadanos, creando así un país más equitativo.
Sí, la educación cívica fue una pieza clave para reconstruir nuestra democracia tras la dictadura militar del siglo XX. Sin embargo, la sombra de la corrupción ha provocado la degeneración del sistema democrático en instituciones débiles, donde los jóvenes se sienten cada vez más desinteresados en los asuntos públicos. Es urgente retomar la enseñanza de los principios y valores básicos de nuestro orden democrático, devolviendo a los ciudadanos la confianza de que su participación sí tiene un impacto real en el bienestar nacional. La educación cívica representa el camino hacia la inclusión y la promoción de una democracia más representativa.
La República no solo necesita instituciones públicas más fuertes y resilientes, ni empresas privadas más competitivas y un mercado más libre; el país clama al unísono por más justicia y mayor respeto a la ley. Panamá necesita con urgencia el fortalecimiento de una cultura democrática viva y resistente al desencanto político provocado por la corrupción y el debilitamiento institucional.
El autor es internacionalista.